EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 27

comprendido que poseo la fuerza necesaria para adoptar decisiones determinantes» . Comió la carne asada. Los boy eros se mantenían junto al fuego, a distancia. En uno de los libros que había leído el pasado invierno había aprendido varias teorías nuevas, francesas y alemanas, que parecían coincidir como por casualidad. El buen salvaje no existía. Pertenecía al mundo inventado por los románticos, la época anterior a los ingenieros, a las vigas y a los libros de contabilidad. Él ley ó con interés aquellas teorías, que estudiaban científicamente el color de la piel, el cerebro, los tabiques nasales y los pies. Hablaban de subhombres y de superhombres. Al principio pensó que no podía ser cierto, puesto que todos los hombres habían sido creados como iguales. Pero, si Dios no existía, tampoco tenía por qué existir la igualdad. Y se dijo que justo ese día él había constatado aquella verdad con sus propios ojos. Los boy eros eran otro tipo de personas. Había que tratarlos como ellos mismos trataban a los buey es. Aunque él no era más que el hijo de un hombre de Hovmantorp al que le castañeteaban las mandíbulas, procedente del corazón de la empobrecida y atrasada Småland, enseguida recay ó sobre él la responsabilidad de tomar las decisiones importantes ante aquellos hombres negros. Justo antes de dormirse, y tras dejar el revólver bajo la almohada y el rifle en el suelo junto al catre, escribió las últimas notas del día. Una vez más, dirigidas a Matilda. « Estos hombres, cuy a piel es de un negro incomprensible, no pueden compararse con nosotros. Pertenecen a otro género, tal vez sean más como animales. Pero me recuerdan al siervo que conocemos de nuestro país. Su mansedumbre, su silencio, su sumisión. Hoy he descubierto el papel que me corresponde en esta representación. Estoy afirmando mi propia libertad. Aún queda lejos el desierto. En este momento, justo antes de las diez de la noche, todavía hace mucho calor. Ya he notado que me despierto con más facilidad y que mis sueños son distintos» . Terminó y apagó la vela. Acerca de su miedo, no obstante, no escribió una palabra. Se despertó a medianoche, arrojado de un sueño. Allí estaban las mandíbulas de su padre, muy cerca de él, como las de un depredador. En algún lugar se hallaba Matilda. Estaba desnuda y la oía gritar mientras la violaba un grupo de soldados con galones azules pegados a los cuerpos desnudos. Ella lo vio, lo llamó a gritos y le pidió socorro, pero él se escondió, se hizo invisible y la abandonó a su destino. Pese a todo, no fue el sueño lo que lo despertó, pues, cuando abrió los ojos en la oscuridad, comprendió que lo que lo había apartado del sueño era algo externo a él. Permaneció totalmente quieto y contuvo la respiración. El sudor bañaba su cuerpo. « Son los buey es» , se dijo. « Se mueven inquietos como si amenazase