EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 24

estuviese apoy ado en una columna invisible. No supo decir si se trataba de un águila o de un buitre. Tras aquella descripción objetiva añadió: « Es una sensación muy intensa. He llegado hasta aquí desde Hovmantorp. Y estoy tomando conciencia de que el camino es interminable y la vida muy corta» . Entonces, en ese momento, sintió el miedo. En un primer momento se preguntó a qué se debía. Ya no sufría diarrea, su pulso era normal, no padecía ninguna infección. Nada parecía amenazarlos, ni fieras ni ningún enemigo humano. En realidad, todo era como un perfecto idilio. El estatismo de los buey es, los hombres que dormían bajo el carro. « Se trata de mí» , se dijo enjugándose el sudor de la frente con la manga de la camisa. « Se trata de que me encuentro en medio de un idilio, algo irreal» . De repente le pareció ver ante sí al profesor Enander y oír sus palabras: « Vamos a seccionar un cadáver que y a era un cadáver en vida» . Recordó que, en aquella ocasión, se desmay ó. Y que ese desmay o fue una huida para no tener que presenciar cómo rajaban el abdomen ni cómo las vísceras surgían de la abertura. Ahora se encontraba en un curioso paraíso del sur de África, camino de un destino desconocido, una mosca o tal vez una mariposa hasta ese momento innominada, no catalogada, no identificada. Súbitamente, miró el miedo a la cara. Aquello a lo que había decidido entregar su vida, a una expedición de la que no era seguro que saliese con vida, también era una huida. Igual que cuando se desmay ó en la sala de prácticas de anatomía. Ahora el escenario era otro. El paisaje africano, los buey es que permanecían inmóviles, los hombres que dormían bajo el carro, todo era un decorado. Se hallaba en medio de una representación que recreaba su propia huida. Una huida de Hovmantorp y las chirriantes mandíbulas, del fracaso de los estudios en Lund, del fracaso de su vida. Ni más ni menos. Contempló el revólver que había comprado en Copenhague y que ahora tenía cargado a sus pies. « Sería muy sencillo quitarse la vida» , pensó. « Unos simples movimientos de la mano, un fragor que y o mismo no llegaré a oír. Los boy eros me enterrarían aquí, se repartirían mis pertenencias y se marcharían cada uno por su lado. Seguramente discutirían por los buey es, puesto que solo hay tres y ellos son cuatro. Y a esas alturas habrían olvidado mi existencia. Y moriría sin enterarme de cómo se pronuncian los nombres de esos dos, pues parece que solo tengan consonantes» . Se levantó y se alejó de la sombrilla. Uno de los buey es lo miró indolente. Se colocó bajo un nudoso árbol, el único que había en aquel lugar. « Tengo miedo porque no sé quién soy » , admitió para sí. « Si todo esto ha sido una huida de mi absurda vida de estudiante, también es, y en may or grado aún, una huida de mí mismo. Me he pasado las noches enteras bebiendo y negando la existencia de