EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 161

—¿Cómo vamos a saber lo que piensa? El hombre avanzó por la nieve y se colocó ante Daniel. —No puedes caminar descalzo sobre la nieve —le dijo—. ¿No notas el frío en todo el cuerpo? Daniel temblaba, intentaba mantenerse quieto, pero no lo conseguía. —Venga, vamos adentro —dijo Edvin. Le tomó la mano, pero Daniel no se movía. Por la ventana de la cocina entrevió a las dos sirvientas y al mozo, que estaban almorzando. Los tres observaban curiosos lo que sucedía en el jardín. —Tendrás que llevarlo en brazos —dijo Alma. —Debe aprender a obedecer. Si le decimos que entre, debe entrar. No entiendo por qué no quiere ponerse los zapatos. —¿Qué más da lo que tú entiendas o dejes de entender? No puede quedarse ahí y morirse de frío. Edvin lo tomó en brazos y lo llevó adentro. Ya en la cocina, Alma lo envolvió en una manta y empezó a masajearle los pies. Tenía las manos fuertes y a Daniel le gustaba cuando le apretaba. Era casi como si estuviese tocándolo Be. —¿Qué hacía ahí fuera? —preguntó una de las mozas, que se llamaba Serja y era polaca. Hablaba mal el sueco. Daniel había oído a Alma quejarse en varias ocasiones diciendo que era una perezosa. Y que debería tomar ejemplo de Daniel, que y a hablaba mucho mejor que ella, pese a que era negro y venía de mucho más lejos. —No hables tanto —le decía Edvin—, que las vacas esperan. Las sirvientas y el mozo volvieron al trabajo. Alma seguía masajeando los pies de Daniel. Edvin estaba sentado en una silla, junto a la mesa de madera, mirándose las manos. Daniel concentró su mirada en el fuego. Allá dentro, en el corazón de las llamas, existía otro mundo. Allí veía a Be y a Kiko, las serpientes que se deslizaban por la arena, las nubes y la lluvia, y la roca con el antílope detenido en plena carrera. La idea lo hizo estremecer. El antílope se había detenido mientras corría por la montaña. Del mismo modo en que él estuvo a punto de quedar helado sobre la blanca superficie que cubría la tierra. Aquello debía de significar que los dioses se encontraban muy cerca de él. En algún lugar, bajo sus pies. Ellos eran los que tiraban de él e intentaban transformarlo de ser humano en una imagen tallada en una roca. Se zafó de las manos de Alma, apartó la manta y echó a correr otra vez al patio. En esta ocasión se quitó también la ropa y, cuando Alma y Edvin llegaron a su lado, y a estaba desnudo. Edvin lo agarró, él opuso resistencia, pero el hombre era fuerte. Lo levantó por los aires y se lo llevó al interior de la casa. Daniel intentó morderle la garganta, pero Edvin lo mantenía apartado para que no