EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 160
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Una mañana, cuando Daniel despertó, halló el suelo totalmente blanco. Al
principio crey ó que estaba soñando, que aún dormía y que otra vez se encontraba
en el desierto. Sin embargo, cuando vio las negras aves revoloteando sobre los
montones de estiércol y salió al patio y pateó la blanca capa con los pies
descalzos, supo que aún estaba en casa de Edvin y Alma. Cruzó el patio, el frío le
atravesó rápido todo el cuerpo y vio que sus huellas eran las mismas que sus pies
dejaban en la arena.
Él dejaba las mismas huellas en la blancura, y a fuese fría o caliente. No
comprendía cómo era posible tal cosa.
En ese momento, Alma salió al patio y lo vio.
—No puedes caminar descalzo por la nieve —le gritó—. Ponte los zapatos.
Durante el tiempo transcurrido desde que Padre se marchó, Daniel se dio
cuenta de que Alma le tenía miedo. Lo trataba con cariño, le acariciaba el
cabello a veces, sobre todo cuando nadie la veía, pero le tenía miedo. Daniel
ignoraba por qué. Solo sabía que la mujer evitaba mirarlo a los ojos, y cuando
creía que él no se daba cuenta, lo vigilaba.
Daniel compartía con Alma un secreto. Estaba seguro de ello. Aunque aún no
sabía cuál era.
Edvin salió a la escalinata.
—Pero ¿cómo va el niño descalzo por la nieve? —preguntó—. ¿Por qué no le
dices que se ponga los zapatos?
—Ya se lo he dicho. Pero no se mueve de ahí.
Cuando Edvin bajó, los pies de Daniel se habían convertido y a en gélidos
carámbanos. Quería correr a acurrucarse junto al fuego que ardía en la cocina,
pero algo lo obligaba a mantenerse dónde estaba. El frío y la blancura que se
extendía bajo sus pies tiraban de él. La tierra lo exigía como tributo, lo solicitaba.
—No puede quedarse ahí —dijo Alma—. Se congelará.
Edvin meneó la cabeza.