EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 147

perseguiría. Llegaron a una encrucijada cuando, de repente, Padre avistó un carromato que se acercaba. Se quitó el sombrero y empezó a gritar. El hombre que llevaba las riendas frenó los caballos. El carro iba cargado de sacos de harina. —Mi hijo ha sufrido un accidente —mintió Padre—. Tiene graves quemaduras en la cara y vamos camino de la ciudad en busca de un médico. El hombre miró a Daniel horrorizado. —¡Quéjate un poco! —le susurró Padre—. Gime y laméntate. Daniel se quejó y el hombre movió la cabeza apesadumbrado. —¿Se ha quemado la cara? Pues no vivirá mucho. Padre subió a Daniel al carro y lo acomodó sobre los sacos antes de montarse él mismo. El hombre espoleó los caballos, que enseguida empezaron a trotar. —Por supuesto que pagaré por las molestias —advirtió Padre—. Si fuera posible, nos gustaría que nos llevase al puerto de Stadsgårdshamnen. El hombre se dio la vuelta, un tanto perplejo. —¿Allí hay médicos? ¿Hay algún hospital para estibadores? Padre no respondió, sino que sacó un billete y se lo guardó al hombre en uno de los bolsillos del abrigo. Una vez en la ciudad, Padre le dijo a Daniel que se tumbase y se echase el abrigo sobre la cabeza. Daniel obedeció. El hombre se dio la vuelta. —¿Está muerto? —preguntó. —Saldrá con bien de esta —auguró Padre—. Pero estoy cansado y no tengo fuerzas para contestar preguntas. —Yo me llamo Eriksson —dijo el hombre—. Mis caballos se llaman Cigüeña y Gigante. No son buenos nombres, pero nunca se me ha dado bien poner nombres, pese a que he tenido muchos caballos. —Yo me llamo Hult —dijo Padre—. Soy de Västerås, donde me dedico a la venta de objetos de hierro. Mi hijo, mi único hijo, se llama Olle. Daniel escuchaba, pero nada de lo que decía Padre lo sorprendía y a a aquellas alturas. Desde que dejó el desierto y cruzó el mar, él había entrado a formar parte de una historia: el relato que Padre tenía en la cabeza y en el que en realidad nada era verdad. Daniel se preguntaba qué sucedería si se pusiera de pie y se quitara las vendas. Si lo hiciera, el relato dejaría de existir. Y él volvería a ser él mismo. Pero entonces, ¿quién sería Padre? Estaba tumbado mirando al cielo. Kiko le había enseñado que un cazador ha de tener siempre paciencia, estar siempre preparado hasta que llegase el momento oportuno. Daniel se imaginó a sí mismo como un cazador a la espera. Finalmente llegaría el instante y podría aprender a caminar sobre las aguas. Cuando llegaron, y a había anochecido. Los caballos se detuvieron y Daniel