EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 148

sintió el olor del agua, pero al querer incorporarse, Padre lo obligó a tumbarse otra vez. —Será mejor que te quedes tumbado —le dijo en voz baja—. Al menos un rato más, hasta que sea totalmente de noche. El hombre lo miró preocupado. —Tengo la impresión de que está más pálido —comentó—. ¿Será la muerte? —¿Cómo puedes ver si está más pálido? —preguntó Padre—. ¡Si tiene la cara cubierta de vendas! —Bueno, es como si uno pudiera ver de todos modos… —dijo Eriksson—. Pero en fin, no pregunto más. Debo seguir, hay que descargar esta harina y aún me queda un buen trecho. Padre sacó otro puñado de billetes del bolsillo. Daniel presentía que no tardaría en gastar el dinero que le había dado Wickberg y se preguntaba cómo era posible que aquellos trozos de papel tuviesen tanto valor. —Tiene que ay udarme —le explicó Padre—. Dentro de unas horas sale un buque de pasajeros rumbo a Kalmar. Y necesitamos un camarote. —¿A Kalmar? —Allí hay un dermatólogo excelente —le dijo Padre—. El mejor del país. Suelen llamarlo de las casas reales de Europa. El hombre meneó la cabeza. —¿Crees que el niño superará el viaje? —Ha de hacerlo. Yo vigilaré los caballos y la harina, si tienes la amabilidad de ir a conseguirnos los pasajes. Eriksson se perdió en la oscuridad. —Pronto habrá pasado todo —le dijo Padre—, solo necesitamos salir de aquí. —Me pica —se quejó Daniel. —Lo sé, pero pronto… En cuanto subamos a bordo y hay amos cerrado la puerta del camarote. Entonces te quitaré los jirones y te explicaré lo que ocurrió. Pero…, todo irá bien. Hemos empezado una nueva vida. Eriksson regresó con los pasajes. Padre le dio otro billete y le pidió que nos llevase hasta la pasarela del barco, el cual estaba iluminado por faroles. —Les dije que eran para el señor Hult y su hijo. —Exacto —respondió Padre—. Eres un hombre sensato. Y tus caballos tienen unos nombres muy bonitos. Inusuales, pero bonitos. Ya junto al barco, Padre le dijo a Daniel que aguardase en el carro. Junto a la pasarela había un hombre de uniforme comprobando los pasajes. En la cubierta de proa estaban cargando el equipaje. Padre se acercó para hablar con el hombre de uniforme. Eriksson acariciaba el lomo de los caballos sin dejar de observar a Daniel. —No puede ser fácil —lo consoló—. Y debe de dolerte mucho, pero pareces