EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 12
durante su juventud, y ahora se pasaba los veranos aislado en un cenador, solo en
su silla. Las trepadoras del cenador estaban recortadas de tal modo que había que
agacharse para entrar por un agujero a ras de suelo. En otoño, su padre se
encerraba en el dormitorio y allí y acía inmóvil el semestre frío del año, mirando
al techo, los dientes castañeteándole hasta que volvía el calor primaveral. Su
abuelo paterno tuvo fortuna en los negocios durante las guerras napoleónicas y la
familia aún conservaba algo de capital, aunque iba quedando menos. La
hacienda estaba hipotecada hasta el techo y cada vez que visitaba el hogar de su
infancia comprendía que no le cabría heredar gran cosa, salvo los ingresos
mensuales que le permitían sobrevivir en Lund.
Su padre era una sombra. Jamás fue otra cosa. Aun así, Bengler decidió
visitar Hovmantorp para obtener su bendición; además, abrigaba la vaga
esperanza de que su padre contribuy ese someramente a la expedición que
planeaba emprender.
Finalmente, y eso era lo más importante, intuía que llegaba la hora de
despedirse. Su padre no tardaría en abandonar este mundo.
Un comerciante que iba camino de Lessebo lo llevó hasta Växjö. El
carromato era incómodo, el camino estaba en mal estado y el abrigo de piel del
comerciante despedía un intenso olor a moho. Pues el hombre llevaba el abrigo
de piel puesto pese a que estaban a primeros de junio y, aunque aún no sufrían el
bochorno de pleno estío, sí que hacía calor.
—Hovmantorp —dijo el hombre al cabo de una hora de camino—. Bonito
nombr e, aunque y a no significa nada.
Después se presentaron, pues la noche anterior, cuando él iba buscando por
los albergues de la pequeña ciudad a alguien que lo llevara, no llegaron a hacerlo.
—Hans Bengler.
El comerciante estuvo pensando durante varios kilómetros antes de contestar.
—Pues no suena sueco —aseguró—. Claro que, ¿qué es sueco? Salvo caminos
interminables abiertos a través de bosques interminables… Mi apellido tampoco
es sueco, me llamo Puttmansson, Natanael Puttmansson, y pertenezco al pueblo
elegido pero proscrito. Vendo cepillos y remedios caseros contra la esterilidad y
la gota.
—Bueno, en mi caso hay algo de valón y algo de francés —respondió Hans
Bengler—. También tuvimos en la familia a un hugonote y, por si fuera poco, a
un finlandés. Y hasta un mariscal de caballería francés que sirvió en tiempos de
Napoleón y recibió un tiro en la frente en Austerlitz. Pero el nombre es auténtico.
Siguieron avanzando entre el traqueteo unos kilómetros más hasta que
divisaron el destello de un lago entre los árboles. « No es muy hablador» , se dijo
Bengler. « Los parajes de grandes bosques convierten a las personas en seres
lacónicos o en habladores empedernidos. Me alegro de que este comerciante que