El gigante egoista y su jardin | Página 7

A él era a quien quería más el gigante, porque le había abrazado y besado. - No sabemos -respondieron los niños- se ha ido. - Decirle que venga mañana sin falta -repuso el gigante. Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y hasta entonces no le habían visto nunca. Y el gigante se quedó muy triste. Todas las tardes a la salida del colegio venían los niños a jugar con el gigante, pero éste ya no volvió a ver el pequeñuelo a quien quería tanto. Era muy bondadoso con todos los niños, pero echaba de menos a su primer amiguito y hablaba de él con frecuencia. - ¡Cómo me gustaría verle! -solía decir. Pasaron los años y el gigante envejeció y fue debilitándose. Ya no podía tomar parte en los juegos; permanecía sentado en un gran sillón viendo jugar a los niños. - Tengo muchas flores bellas -decía- pero los niños son las flores más bellas. Una mañana de invierno, mientras se vestía, miró por la ventana. Ya no detestaba el invierno; sabía que no es sino el sueño de la primavera y el reposo de las flores. De pronto se frotó los ojos, atónito, y miró con atención. Realmente era una visión maravillosa. En un extremo del jardín había un árbol casi cubierto de flores blancas. Sus ramas eran todas de oro y colgaban de ellas frutos de plata; bajo el árbol aquél estaba el pequeñuelo a quien quería tanto. El gigante se precipitó por las escaleras lleno de alegría y entró en el