Únicamente el niño pequeñito no había huído porque sus ojos
estaban tan llenos de lágrimas que no le vio venir. Y el gigante se
deslizó hasta él, le cogió cariñosamente con sus manos y lo depositó
sobre el árbol.
Y el árbol inmediatamente floreció, los pájaros vinieron a posarse y
a cantar sobre él y el niñito extendió sus brazos, rodeó con ellos el
cuello del gigante y le besó. Y los otros niños, viendo que ya no era
malo el gigante, se acercaron y la primavera los acompañó.
Y cogiendo un martillo muy grande, echó abajo el muro. Y cuando
los campesinos fueron a mediodía al mercado, vieron al gigante
jugando con los niños en el jardín más hermoso que pueda
imaginarse. Estuvieron jugando durante todo el día, y por la noche
fueron a decir adiós al gigante.
- Pero ¿dónde está vuestro compañerito? - les preguntó- . ¿Aquel
muchacho que subí al árbol?