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EL FACILITADOR DIOCESANO
En el proceso de formación de los apóstoles, destacan: la iniciativa de Jesús que
llama, el encuentro, la conversión, el discipulado, la comunión y la misión. Este es
el mismo itinerario que estamos llamados a recorrer todos los facilitadores, dis-
cípulos y misioneros de Jesucristo. Un camino que consiste en vivir en intimidad
con él, imitar su ejemplo y dar testimonio. (Discurso inaugural de Aparecida 3).
4. EL ENCUENTRO CON JESUCRISTO
El punto de partida del proceso formativo es el encuentro con Jesús. El seguimien-
to de Jesús parte de la experiencia fascinante de haber hallado a Cristo. Los Evan-
gelios muestran muchos ejemplos en los que después del encuentro con Jesús
ya nada vuelve a ser igual. Andrés y Juan al ver pasar a Jesús le preguntan: “Rabbí
-que quiere decir ‘Maestro?-, ¿dónde vives?” (Jn 1, 38b); sorprendidos, acogen
la invitación de Jesús: “Venid y lo veréis. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se
quedaron con él aquel día” ( Jn 1, 39).
Este momento fue una experiencia única, que dejó a los discípulos marcados para
siempre. Toda formación buscará llevar a la persona al encuentro con Jesucristo y
renovarlo constantemente: El itinerario del discípulo misionero tiene un carácter
personal: se trata de que cada uno se encuentre con Jesús. Para el que quiera se-
guirlo no existe otra fuente alterna de conocimiento.
5. LA CONVERSIÓN
El encuentro suscita una respuesta. Para quien se abre a la acción de Dios, lo si-
guiente es la conversión. Convertirse es decidir ser amigo de Jesús e ir tras él, cam-
biar la forma de pensar y de vivir. La cercanía con Jesús hace a Pedro descubrir
sus limitaciones y exclamar: “Aléjate de mí Señor, que soy un hombre pecador”
(Lc 5, 8b).
Pero la conversión no es un momento, es el punto de partida de un proceso y el
mismo Pedro reconocerá que necesita volver nuevamente a los criterios de Jesús:
“Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Sólo me sir-
ves de escándalo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los
hombres!” (Mt 16, 23).
El itinerario de formación requiere retornar constantemente a la conversión per-
sonal y comunitaria.
6. EL DISCIPULADO
Jesús llamó a sus discípulos y los instruyó de modo cercano, personal, concedién-
doles el privilegio de estar cerca de él y comprender: “Es que a vosotros se os ha
concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. ¡Pero
dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!” (Mt 13, 11. 16).
Los discípulos aprendieron mirando, escuchando y atestiguando: el camino de las
Bienaventuranzas, el amor, el servicio, la fraternidad, la misericordia, la búsqueda
de la justicia… en suma, los valores y los criterios de Jesús (Mt 5-6).
Jesús también les mostró que el camino de la cruz era parte de su discipulado: “Si
alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz
y me siga” (Mt 16, 24).
El discipulado es un proceso de toda la vida. Quien acompaña a otros en el camino
del discipulado, tendrá que mantener presente que solo viviendo profundamente
su propio discipulado será capaz de atraer a otros al seguimiento de Cristo.
“También lo encontra-
mos de un modo espe-
cial en los pobres, afli-
gidos y enfermos (cf. Mt
25, 37-40), que reclaman
nuestro compromiso y
nos dan testimonio de
fe, paciencia en el sufri-
miento y constante lu-
cha para seguir viviendo.
¡Cuántas veces los po-
bres y los que sufren real-
mente nos evangelizan!
En el reconocimiento de
esta presencia y cerca-
nía, y en la defensa de los
derechos de los excluidos
se juega la fidelidad de
la Iglesia a Jesucristo. El
encuentro con Jesucristo
en los pobres es una di-
mensión constitutiva de
nuestra fe en Jesucris-
to. De la contemplación
de su rostro sufriente en
ellos y del encuentro con
Él en los afligidos y mar-
ginados, cuya inmensa
dignidad Él mismo nos
revela, surge nuestra op-
ción por ellos. La misma
adhesión a Jesucristo es
la que nos hace amigos
de los pobres y solidarios
con su destino.” (DA 257)