Gentileza de El Trauko
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Los problemas sobre la forma en que nos educaron, "los mimos" que recibimos
Margot y yo, la comida, todo eso hubiera tomado un sesgo muy distinto si hubiésemos
hablado de ello amistosamente y con franqueza, y si no nos hubiéramos limitado a ver tan
sólo el lado malo de los demás.
Sé con exactitud lo que vas a decir, Kitty: "Pero, Ana, ¿eres tú quien habla? ¡Tú que
te has visto obligada a soportar tantas cosas de esa gente, palabras duras, injusticias, etc.?".
Pues bien, sí; soy yo quien habla así.
Quiero empezar de nuevo y llegar al fondo del problema prescindiendo de
prejuicios. Voy a estudiar a los Van Daan a mi manera, para ver lo que hay de justo y de
exagerado en nuestra opinión. Si, personalmente, me siento defraudada, me pondré del
lado de papá y mamá; si no, trataré de hacerles ver en dónde está su error, y, en caso de
fracasar, me atendré a mi propia opinión y a mi propio juicio. Aprovecharé toda
oportunidad de discutir nuestras divergencias francamente con la señora, y de hacerle ver
mis ideas imparciales, aun a riesgo de que me trate de impertinente.
No me volveré contra mi propia familia, pero, en lo que me concierne, los
chismorreos han terminado. Hasta hoy he creído a pies juntillas que sólo los Van Daan son
responsables de nuestras disputas, pero también nosotros tenemos algo que ver en eso. En
principio tenemos generalmente razón, pero las personas inteligentes (entre las que nos
contamos) están obligadas a dar pruebas de su perspicacia y de su tacto frente a los demás.
Confío en poseer algo de esa perspicacia y hallar la ocasión de aplicarla.
Tuya,
ANA
Lunes 24 de enero de 1944
Querida Kitty:
Me ha ocurrido una cosa muy extraña. Otrora, tanto en nuestra casa como en la
escuela, se hablaba de temas sexuales, a veces con misterio, a veces con vergüenza. Las
alusiones sobre el particular se hacían únicamente cuchicheando, y quien se mostraba
ignorante era motivo de bromas. Yo juzgaba eso estúpido y pensaba: "¿Por qué hablan de
esas cosas con tanto misterio? Es ridículo". Pero, como no podía remediarlo, me callaba
todo lo posible o trataba de obtener información de mis amigas.
Ya puesta al corriente de muchas cosas, hablé también de ello con mis padres.
Mamá me dijo un día: "Ana, te doy un buen consejo. No discutas nunca este tema con
muchachos. Si son ellos los que empiezan a hablar de ello, no respondas". Recuerdo
todavía mi respuesta: "¡Claro que no, vaya una idea!".
Las cosas quedaron así.
Al principio de nuestra permanencia en el anexo, papá, de tiempo en tiempo, dejaba
escapar detalles que yo hubiera preferido conocer por mamá, y amplié mi conocimiento
gracias a los libros y a las conversaciones que se entablaban a mi alrededor. Sobre el
particular, casi como excepción, Peter Van Daan nunca ha sido tan fastidioso como los
compañeros de clase.
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