Gentileza de El Trauko
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su cama. La silueta desaparece otra vez; de vez en cuando, ruidos sospechosos procedentes
del W.C.
A las 3: Me levanto para hacer una pequeña necesidad en la vasija de hierro
enlozado que utilizo como orinal, la cual está bajo mi cama y sobre una alfombrita de
goma que protege el piso. Cada vez que ello ocurre, retengo la respiración, pues me parece
oír una verdadera cascada de agua precipitándose desde lo alto de una montaña. Repongo
el orinal en su sitio y la pequeña forma blanca, en camisón —la obsesión de Margot, que al
verla exclama siempre: "¡Oh, qué camisón tan indecente!"—, vuelve a su cama.
Sigue por lo menos un cuarto de hora de insomnio, escuchando los ruidos
nocturnos. ¿No entran ladrones en la casa? Además están los ruidos de las camas, arriba, al
lado en la misma habitación, que me informan sobre los que duermen y los que se agitan.
Si es Dussel quien no duerme, resulta muy fastidioso. Primero, percibo un ruidito
como de un pez que boquea, repetido no menos de diez veces; sucesivamente, se humedece
los labios —creo— y hace chasquear la lengua, o bien da vueltas y más vueltas, de manera
interminable, hundiendo las almohadas. Cinco minutos de inmovilidad completa. Pero —
no hay que hacerse ilusiones— estas maniobras pueden repetirse hasta tres veces, antes de
que el doctor Dussel se amodorre por fin.
No es improbable que,