Gentileza de El Trauko
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Por tal motivo emprendimos nuevamente los ejercicios corporales, para poder
mirarnos la espalda o la parte trasera de las piernas mientras estamos parados. Ahora
pagamos las consecuencias de nuestra falta de agilidad: estamos tan duros que ni siquiera
podemos girar la cabeza apropiadamente porque hemos abandonado la gimnasia diaria.
Tuya,
ANA
Miércoles 4 de agosto de 1943
Querida Kitty:
Hace más de un año que te cuento muchas cosas sobre la vida del anexo y, sin
embargo, nunca llegaré a darte de él una idea perfecta. Hay tantos detalles, que una se
pierde, y existe una diferencia muy grande entre la vida que llevamos y la de las personas
corrientes bajo circunstancias normales. Hoy te daré un resumen de nuestra vida diaria.
Comenzaré por el final de la jornada.
Alrededor de las nueve de la noche, todo el mundo realiza preparativos para dormir
provocando un enorme desplazamiento de cosas.
Se apartan las sillas y se van a buscar las frazadas, que son desplegadas: todo el
mobiliario del día se transforma. Yo duermo en el divancito que no tiene más que 1,50 m.
de largo y al que, por tanto, deben agregarse dos sillas como larguero. Un colchón, las
sábanas, las almohadas y las frazadas, todo hay que retirarlo del lecho de Dussel, donde
estos objetos son colocados durante el día.
Más allá —un crujido tremendo—, está el catre de Margot, cuyos travesanos de
madera rechinan locamente. Hay que sacar los almohadones y mantas de alguna otra parte.
En casa de nuestros vecinos, un estruendo terrible: no es más que la cama de la
señora, que es empujada hacia la ventana, para que las naricitas de Su Alteza, vestida de
una "mañanita" rosa, puedan gozar del aire vivificante.
A las 9: Después de Peter, tomo posesión del "baño" y me entrego a una higiene
minuciosa; muchas veces aprovecho de matar alguna pulga. Además, limpiarme los
dientes, ponerme los rizadores, revisarme las uñas, y otros pequeños secretos de toilette, y
todo ello en menos de media hora.
A las 9.30: La bata de baño sobre los hombros y con el jabón en una mano, orinal,
horquillas, rizadores y algodón en la otra, salida rápida, seguida a menudo por un toque de
atención por parte de mi sucesor, el cual desaprueba la presencia de algunos cabellos que
ondulan graciosamente sobre la mesa del tocador.
A las 10: Apagamiento total de luces. Buenas noches. Durante un buen cuartito de
hora, crujidos de lechos y muelles rotos, suspiros, y luego silencio, siempre y cuando los
vecinos de arriba no empiecen a pelear.
A las 11.30: La puerta del tocador chirría. Una delgada red de luz penetra en el
dormitorio. Crujidos de suelas, y luego la sombra de un gran gabán, que agranda al hombre
que lo lleva. Dussel ha terminado su trabajo en el escritorio de Kraler. Durante diez
minutos, ruido de pasos, roce de papeles (de los comestibles que oculta). En seguida, hace
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