Gentileza de El Trauko
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Margot recoge sus libros; se prepara para la clase de holandés para "niños que no
progresan", pues ésa es la actitud de Dussel. Pim se esconde en un rincón con su
inseparable Dickens. Mamá se dispone a dar una mano a la buena cocinera Van Daan, y yo
voy al baño para ordenarlo un poco y refrescarme al mismo tiempo.
A las 12.45: Llegan uno detrás de otro: primero el señor Van Santen, luego
Koophuis, o Kraler, Elli, y, a veces, también Miep.
A la 1: Agrupados alrededor del pequeño receptor, todo el mundo escucha la
B.B.C.; son los únicos instantes en que los miembros del anexo no se interrumpen, y oyen
hablar a alguien que no puede ser contradicho, ni siquiera por el señor Van Daan.
A la 1.15: Distribución de víveres. Cada uno de los invitados del escritorio recibe
una escudilla de sopa y, cuando hay postre, se lo reparte con ellos. Contento, el señor Van
Santen se sienta en el diván o se apoya contra la mesa, con su escudilla, su diario y el gato;
cuando alguna de estas tres cosas le falta, refunfuña. Koophuis, nuestra mejor fuente de
información, da las últimas noticias de la ciudad. Se adivina la llegada de Kraler por su
paso pesado en la escalera, y por el golpe violento que asesta a la puerta, tras lo cual entra,
frotándose las manos, presuroso u ocioso, taciturno o locuaz, según su estado de ánimo.
A las 1.45: El almuerzo de los oficinistas ha terminado. Se levantan y cada cual
vuelve a sus ocupaciones. Margot y mamá friegan la vajilla. Los esposos Van Daan se van
a dormir la siesta a su cuarto. Peter sube al desván. Papá se tiende en el diván. Dussel, en
su cama. Y Ana se pone a estudiar. Es la hora más tranquila; como todo el mundo duerme,
no seré molestada. Dussel sueña con golosinas, eso se ve, pero no lo miro mucho tiempo:
minutos contados, pues a las cuatro en punto el doctor se pone de pie, reloj en mano, para
que, sin un minuto de retardo, yo despeje la mesita.
Tuya,
ANA
Lunes 9 de agosto de 1943
Querida Kitty:
Continúo describiendo las actividades del anexo. Es la hora de cenar.
A la cabeza, el señor Van Daan, que es el primero en servirse, y abundantemente,
de todo lo que le gusta. Ello no le impide dirigir resueltamente la conversación y dar su
opinión, que es ley. ¡Pobre de quien se atreva a contradecirlo! Porque sabe resoplar como
un gato enfurecido... ¿Qué quieres?, a mí me agrada tanto callarme...
Está absolutamente seguro de sus opiniones y persuadido de que es infalible. Es
verdad que se trata de un hombre inteligente, pero ésa no es razón para tanta suficiencia y
presunción. Su fatuidad resulta intolerable.
La señora: Mejor sería que me callara. Ciertos días, cuando está de mal humor,
desearía muchísimo no verla. Bien pensado, ella es la causa de todas las disputas. ¡No cabe
duda! Cada uno de nosotros evita con todo cuidado incurrir en su enojo. Pero podríamos
apodarla la provocadora. Cuando puede provocar, está en su elemento: malquistar a Ana
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