Gentileza de El Trauko
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cuarto de mis padres para poder estudiar allí, y, además, a papá también le gusta utilizar la
mesa cuando tiene trabajo.
Considero haber pedido algo razonable, y lo hice por pura cortesía. ¿Y qué
imaginarás que el señor Dussel contestó? "No". Lisa y llanamente. "No". Me sentí
indignada. Le pregunté la razón de su negativa, bien decidida a no dejarme avasallar. ¡Pero
él me mandó a paseo! He aquí lo que me dijo:
—Yo también tengo que trabajar. Si no lo hago por la tarde no trabajo en absoluto.
He de terminar mi tesis, en caso contrario, ¿de qué valdría haberla comenzado? Y tú, tú no
tienes nada serio que hacer. La mitología no es trabajo; tejer y leer tampoco. Yo me he
reservado la mesita, y me la quedo.
He aquí mi respuesta:
—Pero, señor Dussel, yo trabajo todo lo seriamente que puedo; en la habitación de
mis padres es imposible por la tarde. ¡Le ruego que tenga la amabilidad de reflexionar
sobre lo que le he pedido!
Acto seguido, Ana, muy ofendida, le volvió la espalda, e hizo como si el gran
doctor no existiera. Me sentí llena de rabia frente a aquel Dussel abominablemente mal
educado, cuando yo me había mantenido tan correcta. Por la noche, me arreglé para hablar
a solas con Pim; le conté cómo habían sucedido las cosas, y discutí con él de qué manera
tenía que portarme, porque no querría ceder y deseaba resolver el asunto completamente
sola, si era posible. Pim me dio algunos consejos, entre otros el de aguardar hasta el día
siguiente porque me sentía demasiado exaltada.
Pero eso no me gustaba. Después de limpiar la vajilla, me reuní con Dussel en mi
cuarto; teniendo a Pim en la habitación de al lado y la puerta abierta, el aplomo no me
faltaba. Empecé:
—Señor Dussel, usted quizá juzgue que no vale la pena considerar mi pedido más
detenidamente, pero, sin embargo, yo le ruego que reflexione.
Dussel, con la más amable de sus sonrisas, observó:
—Sigo dispuesto, en todo instante, a hablar de ese asunto, aunque lo juzgue
terminado.
A pesar de las frecuentes interrupciones de Dussel, seguí hablando:
—Cuando usted llegó a nuestra casa, quedó bien entendido que, el compartir la
habitación conmigo, compartiríamos también su uso, y usted aceptó ocuparla por la
mañana, en tanto que yo dispondría de ella por la tarde, ¡toda la tarde! Ni siquiera le pido
tanto: dos tarde por semana me parece cosa razonable.
Dussel saltó como si una fiera lo hubiera mordido:
—Tú no tienes ningún derecho... Y, además, ¿a dónde quieres que vaya yo? Le diré
al señor Van Daan que me construya una casita de perro en el desván para trabajar allí
tranquilo; aquí no se está tranquilo en ninguna parte. No se puede vivir contigo sin reñir. Si
tu hermana Margot hubiera venido a pedirme lo mismo, y eso estaría más justificado, yo
no habría pensado siquiera en negárselo; pero a ti...
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