Gentileza de El Trauko
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tememos que un día se le ocurra subir para ver el antiguo laboratorio. Permanecemos
inmóviles y silenciosos como ratas en su escondrijo. ¿Quién habría podido sospechar, hace
tres meses, que Ana azogue sería capaz de quedarse quieta en una silla durante horas y
horas, sin moverse?
El 29 fue el cumpleaños de la señora Van Daan. Aunque no haya podido
festejárselo en gran forma, se la agasajó con flores, regalitos y comida extra. Los claveles
rojos de su marido parecen ser una tradición familiar. Hablando de ella, te diré que su
constante coqueteo con papá me fastidia sobremanera. Le acaricia la mejilla y los cabellos,
se levanta la falda por sobre la rodilla, se hace la chistosa... todo para atraer la atención de
Pim. Por suerte, él no la juzga bonita ni ocurrente, y no se presta a ese juego. Por si no lo
sabes, soy bastante celosa por naturaleza, y eso me resulta insoportable. Mamá no intenta
conquistar al señor Van Daan, y yo no he vacilado en decírselo a su mujer.
Peter, es capaz de hacer reír de vez en cuando. Ambos sentimos predilección por
los disfraces, y eso el otro día fue causa de una gran hilaridad general. El apareció con un
ajustado vestido de cola perteneciente a su mamá, y yo, con su traje; él, con un sombrero
de mujer, y yo con una gorra. Los mayores rieron hasta saltárseles las lágrimas. Nosotros
también. Nos divertimos de veras.
Elli compró en la tienda de Bijenkorf faldas para Margot y para mí. Son de
pacotilla, de la peor clase, verdaderas bolsas de yute, y costaron, respectivamente 24 y 7,5
florines. ¡Qué diferencia con las de antes de la guerra!
Te anuncio nuestra última diversión, Elli se las ha arreglado para hacernos llegar, a
Margot, a Peter y a mí, lecciones de taquigrafía por correspondencia. El año que viene, ya
verás, esperarnos ser expertos taquígrafos. De cualquier modo, yo me siento muy
importante pensando que estoy aprendiendo seriamente esa especie de código secreto.
Tuya,
ANA
Sábado 3 de octubre de 1942
Querida Kitty:
Ayer tuvimos otro alboroto. Mamá provocó una escena terrible y le dijo a papá todo
lo que pensaba de mí. Luego se echó a llorar, yo también, y eso me dio un dolor de cabeza
espantoso. Terminé por decirle a papá que lo quería a él mucho más que a mamá; él me
contestó que eso pasaría, pero no lo creo. Es necesario que me esfuerce por permanecer
tranquila con mamá. Papá querría verme solícita cuando mamá tiene dolor de cabeza o no
se siente bien. Por ejemplo, debería llevarle algo sin hacerme rogar. Pero yo no lo hago
nunca. Dedico bastante tiempo al estudio del francés, y estoy leyendo La Selle Nivernaise.
Tuya,
ANA
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