Gentileza de El Trauko
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realidad, no es más que la mitad de todo lo que se llama Ana. Pero no ha servido de nada, y
yo sé por qué.
Tiemblo de miedo de que todos cuantos me conocen tal como me muestro siempre
descubran que tengo otra parte, la más bella y la mejor. Temo que se burlen de mí, que me
encuentren ridícula y sentimental, que no me tomen en serio. Estoy habituada a que no me
tomen en serio, pero es "Ana la superficial" la que se ha habituado y quien puede
soportarlo; la otra, la que es "grave y tierna", no lo resistiría. Cuando, de veras, he llegado
a mantener a la fuerza en el proscenio a "Ana la buena" durante un cuarto de hora, ella se
achica en cuanto hay que elevar la voz y, dejando la palabra a Ana número uno, desaparece
antes de que yo me dé cuenta.
"Ana la tierna" nunca ha aparecido, pues, ante el público, ni una sola vez; pero, en
la soledad, su voz domina casi siempre. Sé con exactitud cómo me gustaría ser, puesto que
lo soy... interiormente; pero ¡ay!, soy la única que lo sabe. Y ésta es quizá, no, es,
seguramente, la razón por la cual yo llamo dichosa a mi naturaleza interior, mientras que
los demás juzgan precisamente dichosa mi naturaleza exterior. Dentro de mí, "Ana la pura"
me señala el camino; exteriormente, sólo soy una cabrita desprendida de su cuerda, alocada
y petulante.
Como ya te he dicho, veo y siento las cosas de manera totalmente distinta a como
las expreso ante los demás; por eso me denominan, alternativamente, volandera, coqueta,
pedante y romántica. "Ana la alegre" se ríe de eso, responde con insolencia, se encoge
indiferente de hombros, pretende que no le importa; ¡pero ay!, "Ana la dulce" reacciona de
la manera contraria. Para ser completamente franca, te confesaré que eso no me deja
indiferente, que hago infinitos esfuerzos por cambiar, pero que me debato siempre contra
fuerzas que me son superiores.
Una voz solloza dentro de mí: "Ya ves, ya ves adonde has llegado: malas opiniones,
rostros burlones o consternados, antipatías, y todo eso porque no escuchas los buenos
consejos de tu propia parte buena" ¡Ah, cuánto me gustaría escucharla! Pero eso no sirve
de nada. Cuando me muestro grave y tranquila, doy la impresión a todo el mundo de que
interpreto una comedia, y en seguida recurro a una pequeña broma con el fin de zafarme;
para no hablar de mi propia familia, que, persuadida de que estoy enferma, me hace
engullir tabletas contra las jaquecas y los nervios, me mira la garganta, me tantea la cabeza
para ver si tengo fiebre, me pregunta si estoy constipada y termina por criticar mi mal
humor. Ya no puedo soportarlo: cuando se ocupan demasiado de mí, primero me vuelvo
áspera, luego triste, revertiendo mi corazón una vez más con el fin de mostrar la parte mala
y ocultar la parte buena, y sigo buscando la manera de llegar a ser la que tanto querría ser,
lo que yo sería capaz de ser, si... no hubiera otras personas en el mundo.
Tuya,
ANA
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