Gentileza de El Trauko
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inteligencia y, puedo decirlo con toda tranquilidad, por su estupidez. La mayoría de las
veces, los tontos no pueden soportar a alguien más inteligente o más despierto que ellos.
La señora me juzga tonta porque soy más veloz que ella para comprender las cosas;
juzga que adolezco de inmodestia porque ella adolece mucho más; encuentra mis vestidos
demasiado cortos porque los suyos son más cortos aún. Asimismo, me juzga presuntuosa
porque ella es de eso dos veces más culpable que yo al hablar de cosas de las que no tiene
ninguna noción. Mas he aquí uno de mis proverbios predilectos: "Hay algo de verdad en
cada reproche". Y estoy dispuesta a admitir que soy presuntuosa.
Ahora bien, no tengo muy buen carácter, y te aseguro que nadie me regaña y me
critica tanto como yo misma. Entonces, si mamá agrega a ello sus buenos consejos, las
prédicas se acumulan y se tornan a tal punto insoportables, que, desesperando de no poder
nunca salir de eso, me vuelvo insolente y me pongo a contradecirla. Y, por último, recurro
al mismo estribillo: "¡Nadie intenta comprenderme!".
Esta idea está anclada en mí y, por discutible que pueda parecer, hay a pesar de
todo una brizna de verdad en esto también. Las acusaciones que me dirijo a mí misma
cobran a menudo tales proporciones, que siento sed de una voz reconfortante que se
interese un poco por lo que pasa en mí. ¡Ay! Por mucho que busque, todavía no he
encontrado esa voz.
Yo sé que esto te hace pensar en Peter, ¿verdad, Kitty? De acuerdo. Peter me
quiere. No como enamorado, sino como amigo. Su devoción aumenta con los días. Sin
embargo, no comprendo qué nos detiene a los dos; hay algo misterioso que nos separa. A
veces pienso que el deseo irresistible que me impelía hacia él era exagerado, pero eso no
puede ser verdad: porque si me ocurre no reunirme con él por dos días seguidos, mi deseo
se vuelve más fuerte que nunca... Peter es bueno y amable, mas no puedo negar que me
decepciona en muchas cosas. Le reprocho, sobre todo, que reniegue de su religión; sus
conversaciones sobre la alimentación y otras cosas que me desagradan han revelado varias
divergencias entre nosotros. Pero sigo persuadida de que mantendremos nuestro propósito
de no regañar nunca. A Peter le gusta la paz, es tolerante y muy indulgente. No permitiría a
su madre que le dijera todas las cosas que acepta de mí, y hace denodados esfuerzos por
mantener sus cosas en orden. Sin embargo, continúa guardando para sí sus sentimientos
más íntimos. ¿Por qué nunca me deja entreverlos? Su naturaleza es mucho más cerrada que
la mía, es verdad, pero hasta las naturalezas más reacias sienten en un momento dado la
necesidad irresistible de liberarse, tanto y más que las otras, que yo he experimentado.
Ambos hemos pasado en el anexo los años en que uno se forma: hablamos y
volvemos a hablar siempre del porvenir, del pasado y del presente, pero, como ya te dije,
parecía faltarme lo esencial, y sé que está ahí.
Tuya,
ANA
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