Gentileza de El Trauko
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de suerte que Van Daan no pudo dormir. La policía iba a volver. Yo estaba preparada para
ello. Tendríamos que decir por qué nos ocultábamos. O tropezaríamos con buenos
holandeses y estaríamos salvados, o tendríamos que habérnoslas con nazis, cuyo silencio
trataríamos de comprar.
—Hay que ocultar la radio —suspiró la señora.
—Tal vez en el horno —repuso el señor.
—¡Bah! Si nos descubren, encontrarán la radio también.
—En tal caso, encontrarán el diario de Ana —agregó papá.
—Deberías quemarlo —propuso la más miedosa de todos nosotros.
Estas palabras y las sacudidas a la puerta-armario fueron para mí los instantes más
terribles de esta velada.
¡Mi diario no! ¡Mi diario no será quemado sino conmigo!
Papá ya no replicó nada, afortunadamente.
Se dieron un montón de cosas. Repetir todo aquello no tendría sentido. Consolé a la
señora Van Daan que estaba muerta de miedo. Hablamos de huida, de interrogatorios por
la Gestapo, de arriesgarse o no hasta el teléfono, y de valor.
—Ahora debemos portarnos como soldados, señora. Si nos atrapan, sea; nos
sacrificaremos por la reina y la patria, por la libertad, la verdad y el derecho, como
proclama constantemente la emisión holandesa de ultramar. Pero arrastraremos a otros en
nuestra desgracia, eso es lo más atroz.
Después de una hora, el señor Van Daan cedió de nuevo su sitio a la señora, y papá
se puso a mi lado. Los hombres fumaban sin cesar, interrumpidos de tiempo en tiempo por
un profundo suspiro, luego una pequeña necesidad, y así sucesivamente.
Las cuatro, las cinco, las cinco y media... Me levanté para reunirme con Peter en el
puesto de vigía, ante su ventana abierta. Así, tan cerca el uno del otro, podíamos notar los
temblores que recorrían nuestros cuerpos; de vez en cuando nos decíamos alguna palabra,
pero, por sobre todo, escuchábamos. A las siete, ellos quisieron telefonear a Koophuis para
que mandase a alguien aquí. Anotaron lo que iban a decirle. El riesgo de hacerse oír por el
guardián apostado ante la puerta era grande, pero el peligro de la llegada de la policía era
más grande aún.
Se concretaron a esto:
Robo: visita de la policía, que ha penetrado hasta la puerta-armario, pero no más
lejos.
Los ladrones, al parecer estorbados, forzaron la puerta del depósito y huyeron por el
jardín.
Como la entrada principal estaba con cerrojo, sin duda, Kraler había salido en la
víspera por la otra puerta de entrada. Las máquinas de escribir y la de calcular están a salvo
en el gran bargueño del despacho privado.
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