Gentileza de El Trauko
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Avisar a Henk que pida la llave a Elli, y se traslade a la oficina, adonde entrará so
pretexto de dar de comer al gato.
Todo salió a pedir de boca. Telefonearon a Koophuis y trasladaron las máquinas de
escribir desde nuestra casa al bargueño. Luego se sentaron alrededor de la mesa a esperar a
Henk o a la policía.
Peter se había dormido. El señor Van Daan y yo quedamos tendidos en el suelo
hasta oír un ruido de pasos firmes. Me levanté suavemente:
—Es Henk.
—No, no, es la policía —respondieron los demás.
Golpearon a nuestra puerta. Miep silbó. La señora Van Daan ya no podía más,
estaba pálida como una muerta, inerte en su silla, y seguramente se habría desmayado si la
tensión hubiera durado un minuto más.
Cuando llegaron Miep y Henk, nuestra habitación era una pintura; sólo la mesa
merecía una foto. Sobre la revista Cine y Teatro, abierta en una página consagrada a las
bailarinas, había mermelada y un medicamento contra la diarrea; además, en revoltijo, dos
potes de dulce, un mendrugo grande y otro chico, un espejo, un peine, fósforos, ceniza,
cigarrillos, tabaco, un cenicero, libros, un calzón, una linterna de bolsillo, papel higiénico,
etcétera.
Naturalmente, Henk y Miep fueron acogidos con lágrimas de alegría. Henk,
después de haber arreglado la tronera en la puerta, se puso en camino para avisar a la
policía del robo. Después de eso, era su intención hablar con el guardián de noche Slagter,
que había dejado cuatro palabras para Miep, diciendo que había visto la puerta estropeada
y que había avisado a la policía.
Disponíamos, pues, de una media hora para refrescarnos. Jamás he visto producirse
un cambio tan grande en tan poco tiempo. Después de haber rehecho las camas, Margot y
yo hicimos cada cual una visita al W.C.; luego nos cepillamos los dientes, nos lavamos y
nos peinamos. En seguida puse en orden el dormitorio, y muy pronto subí hasta el
alojamiento de los Van Daan. La mesa estaba ya bien limpia; prepararon el té V el café,
hicieron hervir la leche iba a ser en seguida la hora del desayuno y nos pusimos a la mesa.
Papá y Peter estaban ocupados en vaciar el papelero de latón y en limpiarlo con agua y
cloro.
A las once, ya de vuelta Henk, estábamos todos sentados alrededor de la mesa,
agradablemente, y, poco a poco, empezábamos a volver a la normalidad. Henk contó:
Slagter dormía aún, pero su mujer repitió el relato de su marido: al hacer su ronda
por los muelles, había descubierto el agujero de la puerta; buscó —por tanto— a un agente,
y juntos recorrieron el inmueble; vendría a ver a Kraler el martes para contarle lo demás.
En la comisaría aún no estaban al tanto del robo; tomaron nota para venir el martes. Al
pasar, Henk, se había detenido en casa de nuestro proveedor de patatas, que vive muy cerca
de aquí, y le había hablado del robo.
—Ya lo sé —dijo éste lacónicamente—. Al regresar anoche con mi mujer, vi un
agujero en la puerta. Mi mujer iba a proseguir sin prestar atención, pero yo saqué mi
linterna de bolsillo y miré adentro. Los ladrones iban a escapar en ese momento. Para
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