Gentileza de El Trauko
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día, sin que exista esa intimidad con que nosotros soñamos. En tal caso, la confianza
tendría que ser recíproca; he ahí por qué la brecha entre papá y yo se ha ensanchado: por
falta de confianza mutua.
No hablemos más de ello ni tú ni yo. Si necesitas saber algo, escríbemelo por favor,
podré confesarte mucho mejor que verbalmente.
No puedes imaginar cuanto te admiro, y mientras sienta a mi lado tu bondad y la
de papá —pues en ese sentido ya no veo gran diferencia entre vosotros dos— conservaré
la esperanza de vivir.
Tuya,
ANA
Miércoles 22 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Anoche recibí una nueva carta de Margot:
Querida Ana: Tu cartita me ha dado la desagradable impresión de que ir a
estudiar o charlar en el cuarto de Peter te hace sentir culpable frente a mí. Te aseguro que
te engañas. Deseo ardientemente —y creo que tengo el derecho— de contar con alguien en
quien confiar; pero por el momento, no daría ese lugar a Peter. Está claro.
Sin embargo, Peter se ha vuelto para mí una especie de hermano, exactamente
como tú lo has dicho en tu carta, pero... un hermano menor. Quizá tendamos nuestras
antenas el uno hacia el otro y hallemos más tarde un terreno de mutua confianza, pero aún
no estamos en eso y quizá no lo estemos nunca.
Verdaderamente, te lo repito no me compadezcas. Disfruta todo cuanto puedas de
la buena compañía de tu nuevo amigo.
De cualquier modo, ahora encuentro la vida más bella. Creo, Kitty, que el anexo va
a ser cruzado por el soplo de un amor, verdadero. No pienso para nada en casarme con él.
No sueño con eso. Es demasiado joven todavía y no sé qué clase de hombre será más tarde.
Tampoco sé si nos amaremos lo bastante como para que ambos deseemos casarnos. En
todo caso, estoy persuadida de una cosa: él me quiere también, aunque no podría decir de
qué manera.
Puede necesitar muy bien una buena camarada o haber sucumbido a mis encantos
de muchacha, o considerarme como una hermana; de ello no llego a formarme una idea
muy clara.
Cuando Peter dijo, a propósito de las disputas entre sus padres, que yo lo ayudaba
siempre, me conmovió por entero: era el primer paso de su amistad, en la que quiero creer.
Ayer le pregunté qué haría él si la casa se llenara súbitamente de una docena de Anas que
fueran a cada momento a molestarlo. Y él me contestó.
—¡Si todas fueran como tú, sería bastante agradable!
Es para mí la hospitalidad personificada; debe, pues, sentirse muy contento cuando
me ve. Entretanto, se dedica al francés con aplicación ejemplar, estudia inclusive en la
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