Gentileza de El Trauko
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Dándole las gracias, subí a la bohardilla, donde pasé diez buenos minutos eligiendo
en el gran tonel las patatas más pequeñas. Me dolía la cintura y empezaba a sentir frío.
Naturalmente, no golpeé, y abrí yo misma la puerta; sin embargo, él acudió a mi encuentro
y, muy servicial, se encargó de la cacerola.
—He buscado empeñosamente —dije yo—, pero no las he encontrado más
pequeñas.
—¿Has mirado en el tonel grande?
—Sí, he metido bien las manos y lo he revuelto todo.
Cuando llegué al pie de la escalera, Peter, cacerola en mano, se detuvo para
examinarla bien.
—¡Ah, es un buen trabajo! —dijo.
Y en el momento en que le tomaba el recipiente, añadió:
—¡Excelente!
Al decir eso, su mirada fue tan tierna, tan cálida, que me enternecí también. Me
daba cuenta de que él quería resultar agradable, y como no sabe ser elocuente, puso en su
mirada todo el sentimiento. ¡Cómo le comprendo y cuánto se lo agradezco! En este mismo
instante sigo sintiéndome feliz al evocar sus palabras y la dulzura de sus ojos.
Mamá hizo notar que no había allí bastantes patatas para la cena. Muy dócil, me
brindé para la segunda expedición.
Al llegar nuevamente hasta la puerta de Peter, me disculpé por molestarlo dos veces
seguidas. El se levantó, se situó entre la escalera y el muro, me tomó por el brazo y me
cerro el camino.
—Para mí no es una molestia. Yo lo haré.
Le dije que no valía la pena, que esta vez no necesitaba elegir patatas chicas.
Convencido, me soltó el brazo. Pero al regreso, vino a abrirme la escotilla y, nuevamente,
me tomó la cacerola de las manos. En la puerta, le pregunté:
—¿Qué estudias en este momento?
—Francés —fue la respuesta.
Le pregunté también si no quería mostrarme sus lecciones y, después de haberme
lavado las manos, me senté en el diván.
Le di algunas indicaciones para su lección, y luego nos pusimos los dos a charlar.
Me contó que, más adelante, querría ir a las Indias Holandesas y vivir en una plantación.
Habló de su familia, del mercado negro; pero terminó por decir que se sentía
completamente inútil. Le dije que parecía sufrir un fuerte complejo de inferioridad. Él
habló también de los judíos, diciendo que le habría resultado mucho más cómodo ser
cristiano y preguntándome si no podía pasar por tal después de la guerra. Le pregunté si es
que quería hacerse bautizar, pero no se trata de eso. En su opinión, después de la guerra,
nadie sabrá si es judío o cristiano.
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