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Por fin, a la paciente se le acabó la paciencia; tenía que atender
su sopa y el resto de la comida. De una cosa estoy segura: ¡no se
ofrecerá ya, tan pronto, como paciente en el consultorio de nuestro
dentista!
Tuya,
ANA
Domingo 13 de diciembre de 1942
Querida Kitty:
Estoy cómodamente instalada en la oficina del frente, y puedo
mirar hacia afuera por la rendija de la espesa cortina. Aunque ya
está anocheciendo, tengo todavía bastante luz para escribirte.
Resulta extraño ver pasar a la gente. Me parece que todos
tienen prisa y que a cada instante van a chocar contra sus propios
pies.
En cuanto a los ciclistas, a la velocidad que van ni siquiera
puedo distinguir si son hombres o mujeres.
La gente de este barrio es típicamente popular y en su mayor
parte se ve pobre, en especial los niños, que están muy sucios: no
los tocaría ni con pinzas. Verdaderos hijos del arrabal, con la
nariz siempre chorreante; hablan una jerga apenas compresible.
Ayer en la tarde, cuando Margot y yo tomamos aquí nuestro
baño, le dije:
-Si pudiéramos atrapar a esos chicos que pasan por aquí, uno
detrás de otro, darles un baño, lavarlos, cepillarlos, zurcirles la
ropa y dejarlos enseguida...
Margot me interrumpió:
-Los verías mañana lo mismo de sucios, y con idénticos
harapos.
Pero digo tonterías, hay otras cosas que ver: autos, barcos y
la lluvia. Me gusta, en particular, escuchar el rechinar del tranvía
al pasar frente a la casa.