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E L D IARIO DE A NA F RANK
Querida Kitty:
El señor Van Daan fue un tiempo comerciante de embutidos
en general, salchichones y especias. Fue tomado en las oficinas
de papá precisamente por su experiencia en los negocios.
Hemos encargado mucha carne (en el mercado negro, desde
luego), para hacer conservas, en vista de los tiempos difíciles. Era
curioso ver las tripas transformarse en salchichas, después de haber
sido atiborradas de carne picada y repicada, y sazonada con todos
los ingredientes. Inmediatamente las probamos en el almuerzo,
con chucrut. Pero los salchichones van a ser puestos a secar en el
techo, colgados de un palo con hilo. Cada uno de nosotros al
entrar en la habitación y ver la exposición de salchichones frescos,
se echó a reír. No era para menos.
La habitación resultaba irreconocible. Cubierto con un
delantal de su mujer, que lo hacía aún más voluminoso, el señor
Van Daan se afanaba con la carne: sus manos cubiertas de sangre,
la cara roja y el delantal manchado, le daban el aspecto de un
verdadero carnicero. La señora se ocupaba de todo a la vez:
aprender su lección de holandés, cuidar la sopa y mirar a su marido,
suspirando y gimiendo de dolor al acordarse de su costilla rota.
¡Así aprenderá a no hacer, a su edad, ejercicios idiotas de cultura
física! ¡Todo eso para afinar un poco su grueso trasero!
Sentado al lado de la estufa, Dussel ponía compresas de
manzanilla en su ojo inflamado. Pim había colocado su silla en el
delgado rayo de sol que se filtraba por la ventana; se tropezaba
con él de vez en cuando; sin duda, el reumatismo lo hacía sufrir,
porque parecía un viejo encorvado, mirando con irritación los
dedos del señor Van Daan. Peter hacía acrobacias con su gato;
mamá, Margot y yo estábamos pelando patatas, en suma, nadie
tenía la cabeza en lo que hacía, a tal punto Van Daan llamaba la
atención.
Dussel ha inaugurado un nuevo consultorio odontológico.
Por si te divierte, voy a contarte cómo ha sido. Mamá estaba
planchando, cuando la señora Van Daan se ofreció como primera
paciente. Se sentó en medio de la habitación. Con gesto
importante. Dussel abrió su estuche y sacó sus instrumentos, pidió
agua de Colonia como desinfectante y vaselina en reemplazo de
cera.
Miró el interior de la boca de la señora, tocó un diente o un
molar, lo que la hizo estremecerse como si fuera a morir de dolor,
en tanto lanzaba exclamaciones incoherentes. Tras un largo
examen (según la señora Van Daan; aunque no duró más de dos
minutos). Dussel empezó a hurgar en uno de los agujeritos. Pero
no pudo proseguir. La señora tomada de improviso, agitó brazos
y piernas hasta que Dussel soltó bruscamente su pequeño
gancho.... que quedó prendido de la muela de la señora.
¡Entonces empezó un lindo espectáculo! La señora Van Daan
lanzó los brazos en todas direcciones, gritando (en la medida de
lo posible, con tal instrumento en la boca) y tratando de arrancar
el pequeño gancho, que se había hundido todavía más. Muy
tranquilo, el señor Dussel observaba la escena con los brazos
cruzados. Los demás espectadores eran sacudidos por una risa
loca. Esto era estúpido, pues estoy segura de que yo hubiera
chillado más fuerte que ella. Después de muchas contorsiones,
golpes, gritos y chillidos, la señora terminó por arrancarse el
gancho, ¡y el señor Dussel continuó su trabajo como si nada
hubiera sucedido! Se desempeñó tan rápidamente, que la señora
Van Daan no tuvo tiempo de recomenzar sus contorsiones, gracias
a la manera en que fue secundado. Dos ayudantes, el señor Van
Daan y yo, resultaron valiosos. Todo ello me hizo pensar en un
grabado medieval que lleva esta leyenda: «Sacamuelas trabajando».
© Pehuén Editores, 2001.
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