El desastre de Chernobyl suplemento Chernobyl | Page 5
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felpudos. Los árboles han seguido con su vida, y crecen sin permiso
donde les toca: delante de una puerta o en medio de la calle. También se
yerguen sobre la tierra acumulada encima del hormigón, con las raíces
creciendo en horizontal, de manera que con frecuencia caen al suelo con el
primer golpe fuerte de viento.
Pero entonces el musgo toma el relevo, y de hecho se ha apoderado
de todos los sitios que había para sentarse: los bancos, los asientos frente
al cine Prometheus, las butacas del Parque de la Cultura... "Allí hacíamos
funciones y conciertos. Mi marido era ingeniero especializado en energía
nuclear, pero también saxofonista, y yo cantaba y bailaba", recuerda
Liudmila, que ejerce de 'alcaldesa' de los 'pripiatenses' reubicados en Kiev.
Recordar para ella es un deber, para que no se olvide nadie.
LAS AUSENCIAS
Entre "los 50.000 de Pripiat" hay cada vez más ausencias. Llegará un día
en el que no habrá nadie que haya vivido en ese lugar, que en los ochenta
era "una ciudad de juventud, prácticamente todos nos conocíamos", y eso
que "los pisos los daban muy rápido. La ciudad crecía como las setas",
apunta Liudmila con emoción contenida.
Hoy son las setas de verdad las que han tomado las paredes de la
vieja escuela. El suelo está lleno de máscaras antigás para niño, pues días
antes del accidente se había hecho un simulacro de guerra nuclear: nadie
pensó que la radiación podría morder en tiempo de paz.
En las mesas están abandonados libros con dibujos de Lenin, hay
muñecos sin cabeza y murales podridos de humedad que recuerdan la
importancia del 1 de Mayo, la gran fiesta soviética que se iba a celebrar
días después. Las máquinas dispensadoras de agua tienen todavía un
vaso listo para ser usado, pero el cristal está tan marrón que no deja pasar
la luz. La obscena manera en la que objetos tan cotidianos han quedado
abandonados que todo parece un parque temático con ribetes iconoclastas,