Si bien esa noche barrimos seis calles enteras, la cordillera estuvo en marcha sin pérdida de tiempo. El plan era montar una montaña que pudiera verse desde lejos, con la finalidad de terminar con el horror de la vista del llano. Después haríamos unos riachos y algún laguito, pero ya eran etapas más lejanas en el tiempo. Una buena pila de basura, que si una noche se nos ocurriera romperla, hiciera bosta todo. Iba a ser nuestro gran golpe: una montaña y otra de basura inútil en medio de la ciudad pueblo.
Empezamos a hablar de la llanura. Pero entre nosotros, como para pasar el tiempo. Por oposición, si la montaña y sobre todo el valle, es el paisaje deseado, la llanura es el vacío total, es la ausencia de paisaje. Y sin embargo, el llano no deja de ser lo exótico, no deja de ser « el paisaje ideal » para el que, haciendo el recorrido contrario, viene de la montaña hacia estos parajes asoleados. ¿ Acaso no fue eso lo que fas- cinó a los inmigrantes que decidieron establecerse en ese llano? ¿ Acaso no éramos los descendientes de esos hambrientos inmigrantes, y esa la razón por la que buscábamos dignificar ese suelo? ¿ Acaso no éramos la tercera generación de descendientes de esos inmigrantes que habiendo renunciado a la montaña y el valle se habían instalado formando la ciudad pueblo, y esa montaña no era más que la reivindicación de nuestras longevas raíces necesitadas del paisaje original? ¿ Acaso nuestra actitud de romper cosas no mostraba las hilachas de una historia que ya carecía de referentes?
Para el invierno, nuestra vida era ir a la escuela por la mañana; gestionar la montaña de basura por la tarde;
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