EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 50
—Pues entonces que no entiendan.
Se acostaron sin comer. El coronel esperó a que su esposa terminara el
rosario para apagar la lámpara. Pero no pudo dormir. Oy ó las campanas de la
censura cinematográfica, y casi enseguida —tres horas después— el toque de
queda. La pedregosa respiración de la mujer se hizo angustiosa con el aire helado
de la madrugada. El coronel tenía aún los ojos abiertos cuando ella habló con una
voz reposada, conciliatoria.
—Estás despierto.
—Sí.
—Trata de entrar en razón —dijo la mujer—. Habla mañana con mi
compadre Sabas.
—No viene hasta el lunes.
—Mejor —dijo la mujer—. Así tendrás tres días para recapacitar.
—No hay nada que recapacitar —dijo el coronel.
El viscoso aire de octubre había sido sustituido por una frescura apacible. El
coronel volvió a reconocer a diciembre en el horario de los alcaravanes. Cuando
dieron las dos todavía no había podido dormir. Pero sabía que su mujer también
estaba despierta. Trató de cambiar de posición en la hamaca.
—Estás desvelado —dijo la mujer.
—Sí.
Ella pensó un momento.
—No esta mos en condiciones de hacer esto —dijo—. Ponte a pensar cuántos
son cuatrocientos pesos juntos.
—Ya falta poco para que venga la pensión —dijo el coronel.
—Estás diciendo lo mismo desde hace quince años.
—Por eso —dijo el coronel—. Ya no puede demorar mucho más.
Ella hizo un silencio. Pero cuando volvió a hablar, al coronel le pareció que el
tiempo no había transcurrido.
—Tengo la impresión de que esa plata no llegará nunca —dijo la mujer.
—Llegará.
—Y si no llega.
Él no encontró la voz para responder. Al primer canto del gallo tropezó con la
realidad, pero volvió a hundirse en un sueño denso, seguro, sin remordimientos.
Cuando despertó y a el sol estaba alto. Su mujer dormía. El coronel repitió
metódicamente, con dos horas de retraso, sus movimientos matinales, y esperó a
su esposa para desay unar.
Ella se levantó impenetrable. Se dieron los buenos días y se sentaron a
desay unar en silencio. El coronel sorbió una taza de café negro acompañada con
un pedazo de queso y un pan de dulce. Pasó toda la mañana en la sastrería. A la
una volvió a la casa y encontró a su mujer remendando entre las begonias.
—Es hora de almuerzo —dijo.