EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 49
Cruzó por la calle paralela al río y también allí encontró la tumultuosa
muchedumbre de los remotos domingos electorales. Observaban el descargue
del circo. Desde el interior de una tienda una mujer gritó algo relacionado con el
gallo. Él siguió absorto hasta su casa, todavía oy endo voces dispersas, como si lo
persiguieran los desperdicios de la ovación de la gallera.
En la puerta se dirigió a los niños.
—Todos para su casa —dijo—. Al que entre lo saco a correazos.
Puso la tranca y se dirigió directamente a la cocina. Su mujer salió
asfixiándose del dormitorio.
« Se lo llevaron a la fuerza» , gritó. « Les dije que el gallo no saldría de esta
casa mientras y o estuviera viva» . El coronel amarró el gallo al soporte de la
hornilla. Cambió el agua al tarro perseguido por la voz frenética de la mujer.
—Dijeron que se lo llevarían por encima de nuestros cadáveres —dijo—.
Dijeron que el gallo no era nuestro sino de todo el pueblo.
Sólo cuando terminó con el gallo el coronel se enfrentó al rostro trastornado
de su mujer. Descubrió sin asombro que no le producía remordimiento ni
compasión.
« Hicieron bien» , dijo calmadamente. Y luego, registrándose los bolsillos,
agregó con una especie de insondable dulzura:
—El gallo no se vende.
Ella lo siguió hasta el dormitorio. Lo sintió completamente humano, pero
inasible, como si lo estuviera viendo en la pantalla de un cine. El coronel extrajo
del ropero un rollo de billetes, lo juntó al que tenía en los bolsillos, contó el total y
lo guardó en el ropero.
—Ahí hay veintinueve pesos para devolvérselos a mi compadre Sabas —dijo
—. El resto se le paga cuando venga la pensión.
—Y si no viene —preguntó la mujer.
—Vendrá.
—Pero si no viene.
—Pues entonces no se le paga.
Encontró los zapatos nuevos debajo de la cama. Volvió al armario por la caja
de cartón, limpió la suela con un trapo y metió los zapatos en la caja, como los
llevó su esposa el domingo en la noche. Ella no se movió.
—Los zapatos se devuelven —dijo el coronel—. Son trece pesos más para mi
compadre.
—No los reciben —dijo ella.
—Tienen que recibirlos —replicó el coronel—. Sólo me los he puesto dos
veces.
—Los turcos no entienden de esas cosas —dijo la mujer.
—Tienen que entender.
—Y si no entienden.