EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 51
—No hay almuerzo —dijo la mujer.
Él se encogió de hombros. Trató de tapar los portillos de la cerca del patio
para evitar que los niños entraran a la cocina. Cuando regresó al corredor la
mesa estaba servida.
En el curso del almuerzo el coronel comprendió que su esposa se estaba
forzando para no llorar. Esa certidumbre lo alarmó. Conocía el carácter de su
mujer, naturalmente duro, y endurecido todavía más por cuarenta años de
amargura. La muerte de su hijo no le arrancó una lágrima.
Fijó directamente en sus ojos una mirada de reprobación. Ella se mordió los
labios, se secó los párpados con la manga y siguió almorzando.
—Eres un desconsiderado —dijo.
El coronel no habló.
« Eres caprichoso, terco y desconsiderado» , repitió ella. Cruzó los cubiertos
sobre el plato, pero enseguida rectificó supersticiosamente la posición. « Toda una
vida comiendo tierra para que ahora resulte que merezco menos consideración
que un gallo» .
—Es distinto —dijo el coronel.
—Es lo mismo —replicó la mujer—. Debías darte cuenta de que me estoy
muriendo, que esto que tengo no es una enfermedad sino una agonía.
El coronel no habló hasta cuando no terminó de almorzar.
—Si el doctor me garantiza que vendiendo el gallo se te quita el asma, lo
vendo enseguida —dijo—. Pero si no, no.
Esa tarde llevó el gallo a la gallera. De regreso encontró a su esposa al borde
de la crisis. Se paseaba a lo largo del corredor, el cabello suelto a la espalda, los
brazos abiertos, buscando el aire por encima del silbido de sus pulmones. Allí
estuvo hasta la prima noche. Luego se acostó sin dirigirse a su marido.
Masticó oraciones hasta un poco después del toque de queda. Entonces, el
coronel se dispuso a apagar la lámpara. Pero ella se opuso.
—No quiero morirme en las tinieblas —dijo.
El coronel dejó la lámpara en el suelo. Empezaba a sentirse agotado. Tenía
deseos de olvidarse de todo, de dormir de un tirón cuarenta y cuatro días y
despertar el veinte de enero a las tres de la tarde, en la gallera y en el momento
exacto de soltar el gallo. Pero se sabía amenazado por la vigilia de la mujer.
« Es la misma historia de siempre» , comenzó ella un momento después.
« Nosotros ponemos el hambre para que coman los otros. Es la misma historia
desde hace cuarenta años» .
El coronel guardó silencio hasta cuando su esposa hizo una pausa para
preguntarle si estaba despierto. Él respondió que sí. La mujer continuó en un tono
liso, fluy ente, implacable.
—Todo el mundo ganará con el gallo, menos nosotros. Somos los únicos que
no tenemos ni un centavo para apostar.