EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 42

—Bueno. Don Sabas estaba con el médico en el dormitorio. « Aprovéchelo ahora, compadre» , le dijo su esposa al coronel. « El doctor lo está preparando para viajar a la finca y no vuelve hasta el jueves» . El coronel se debatió entre dos fuerzas contrarias: a pesar de su determinación de vender el gallo quiso haber llegado una hora más tarde para no encontrar a don Sabas. —Puedo esperar —dijo. Pero la mujer insistió. Lo condujo al dormitorio donde estaba su marido sentado en la cama tronal, en calzoncillos, fijos en el médico los ojos sin color. El coronel esperó hasta cuando el médico calentó el tubo de vidrio con la orina del paciente, olfateó el vapor e hizo a don Sabas un signo aprobatorio. —Habrá que fusilarlo —dijo el médico dirigiéndose al coronel—. La diabetes es demasiado lenta para acabar con los ricos. « Ya usted ha hecho lo posible con sus malditas iny ecciones de insulina» , dijo don Sabas, y dio un salto sobre sus nalgas fláccidas. « Pero y o soy un clavo duro de morder» . Y luego, hacia el coronel: —Adelante, compadre. Cuando salí a buscarlo esta tarde no encontré ni el sombrero. —No lo uso para no tener que quitármelo delante de nadie. Don Sabas empezó a vestirse. El médico se metió en el bolsillo del saco un tubo de cristal con una muestra de sangre. Luego puso orden en el maletín. El coronel pensó que se disponía a despedirse. —Yo en su lugar le pasaría a mi compadre una cuenta de cien mil pesos, doctor —dijo—. Así no estará tan ocupado. —Ya le he propuesto el negocio, pero con un millón —dijo el médico—. La pobreza es el mejor remedio contra la diabetes. « Gracias por la receta» , dijo don Sabas tratando de meter su vientre voluminoso en los pantalones de montar. « Pero no la acepto para evitarle a usted la calamidad de ser rico» . El médico vio sus propios dientes reflejados en la cerradura niquelada del maletín. Miró su reloj sin manifestar impaciencia. En el momento de ponerse las botas do n Sabas se dirigió al coronel intempestivamente. —Bueno, compadre, qué es lo que pasa con el gallo. El coronel se dio cuenta de que también el médico estaba pendiente de su respuesta. Apretó los dientes. —Nada, compadre —murmuró—. Que vengo a vendérselo. Don Sabas acabó de ponerse las botas. —Muy bien, compadre —dijo sin emoción—. Es la cosa más sensata que se le podía ocurrir. —Yo y a estoy muy viejo para estos enredos —se justificó el coronel frente a la expresión impenetrable del médico—. Si tuviera veinte años menos sería diferente.