EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 35

la mujer advirtió que algo había cambiado en la casa. —Qué te pasa —preguntó. —Estoy pensando en el empleado de quien depende la pensión —mintió el coronel—. Dentro de cincuenta años nosotros estaremos tranquilos bajo tierra mientras ese pobre hombre agonizará todos los viernes esperando su jubilación. « Mal síntoma» , dijo la mujer. « Eso quiere decir que y a empiezas a resignarte» . Siguió con su mazamorra. Pero un momento después se dio cuenta de que su marido continuaba ausente. —Ahora lo que debes hacer es aprovechar la mazamorra. —Está muy buena —dijo el coronel—. ¿De dónde salió? —Del gallo —respondió la mujer—. Los muchachos le han traído tanto maíz, que decidió compartirlo con nosotros. Así es la vida. —Así es —suspiró el coronel—. La vida es la cosa mejor que se ha inventado. Miró al gallo amarrado en el soporte de la hornilla y esta vez le pareció un animal diferente. También la mujer lo miró. —Esta tarde tuve que sacar a los niños con un palo —dijo—. Trajeron una gallina vieja para enrazarla con el gallo. —No es la primera vez —dijo el coronel—. Es lo mismo que hacían en los pueblos con el coronel Aureliano Buendía. Le llevaban muchachitas para enrazar. Ella celebró la ocurrencia. El gallo produjo un sonido gutural que llegó hasta el corredor como una sorda conversación humana. « A veces pienso que ese animal va a hablar» , dijo la mujer. El coronel volvió a mirarlo. —Es un gallo contante y sonante —dijo. Hizo cálculos mientras sorbía una cucharada de mazamorra—. Nos dará para comer tres años. —La ilusión no se come —dijo ella. —No se come, pero alimenta —replicó el coronel—. Es algo así como las pastillas milagrosas de mi compadre Sabas. Durmió mal esa noche tratando de borrar cifras en su cabeza. Al día siguiente al almuerzo la mujer sirvió dos platos de mazamorra y consumió el suy o con la cabeza baja, sin pronunciar una palabra. El coronel se sintió contagiado de un humor sombrío. —Qué te pasa. —Nada —dijo la mujer. Él tuvo la impresión de que esta vez le había correspondido a ella el turno de mentir. Trató de consolarla. Pero la mujer insistió. —No es nada raro —dijo—. Estoy pensando que el muerto va a tener dos meses y todavía no he dado el pésame. Así que fue a darlo esa noche. El coronel la acompañó a la casa del muerto y luego se dirigió al salón de cine atraído por la música de los altavoces. Sentado a la puerta de su despacho el padre Ángel vigilaba el ingreso para saber quiénes