EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 34

con tus tonterías. —De ninguna manera —protestó el coronel. La mujer dio un portazo. Don Sabas se secó el cuello con un pañuelo impregnado de lavanda. El coronel se acercó a la ventana. Llovía implacablemente. Una gallina de largas patas amarillas atravesaba la plaza desierta. —¿Es cierto que están iny ectando al gallo? —Es cierto —dijo el coronel—. Los entrenamientos empiezan la semana entrante. —Es una temeridad —dijo don Sabas—. Usted no está para esas cosas. —De acuerdo —dijo el coronel—. Pero ésa no es una razón para torcerle el pescuezo. « Es una terquedad idiota» , dijo don Sabas dirigiéndose a la ventana. El coronel percibió una respiración de fuelle. Los ojos de su compadre le producían piedad. —Siga mi consejo, compadre —dijo don Sabas—. Venda ese gallo antes que sea demasiado tarde. —Nunca es demasiado tarde para nada —dijo el coronel. —No sea irrazonable —insistió don Sabas—. Es un negocio de dos filos. Por un lado se quita de encima ese dolor de cabeza y por el otro se mete novecientos pesos en el bolsillo. —Novecientos pesos —exclamó el coronel. —Novecientos pesos. El coronel concibió la cifra. —¿Usted cree que darán ese dineral por el gallo? —No es que lo crea —respondió don Sabas—. Es que estoy absolutamente seguro. Era la cifra más alta que el coronel había tenido en su cabeza después de que restituy ó los fondos de la revolución. Cuando salió de la oficina de don Sabas sentía una fuerte torcedura en las tripas, pero tenía conciencia de que esta vez no era a causa del tiempo. En la oficina de correos se dirigió directamente, al administrador: —Estoy esperando una carta urgente —dijo—. Es por avión. El administrador buscó en las casillas clasificadas. Cuando acabó de leer repuso las cartas en la letra correspondiente pero no dijo nada. Se sacudió la palma de las manos y dirigió al coronel una mirada significativa. —Tenía que llegarme hoy con seguridad —dijo el coronel. El administrador se encogió de hombros. —Lo único que llega con seguridad es la muerte, coronel. Su esposa lo recibió con un plato de mazamorra de maíz. Él la comió en silencio con largas pausas para pensar entre cada cucharada. Sentada frente a él