EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 17
en la cocina cuando él empujó la puerta de la calle y gritó:
—Se murieron los enfermos.
El coronel se levantó a recibirlo.
—Así es, doctor —dijo dirigiéndose a la sala—. Yo siempre he dicho que su
reloj anda con el de los gallinazos.
La mujer fue al cuarto a prepararse para el examen. El médico permaneció
en la sala con el coronel. A pesar del calor, su traje de lino intachable exhalaba
un hálito de frescura. Cuando la mujer anunció que estaba preparada, el médico
entregó al coronel tres pliegos dentro de un sobre. Entró al cuarto, diciendo: « Es
lo que no decían los periódicos de ay er» .
El coronel lo suponía. Era una síntesis de los últimos acontecimientos
nacionales impresa en mimeógrafo para la circulación clandestina. Revelaciones
sobre el estado de la resistencia armada en el interior del país. Se sintió demolido.
Diez años de informaciones clandestinas no le habían enseñado que ninguna
noticia era más sorprendente que la del mes entrante. Había terminado de leer
cuando el médico volvió a la sala.
—Esta paciente está mejor que y o —dijo—. Con un asma como ésa y o
estaría preparado para vivir cien años.
El coronel lo miró sombríamente. Le devolvió el sobre sin pronunciar una
palabra, pero el médico lo rechazó.
—Hágala circular —dijo en voz baja.
El coronel guardó el sobre en el bolsillo del pantalón. La mujer salió del
cuarto diciendo: « Un día de éstos me muero y me lo llevo a los infiernos,
doctor» . El médico respondió en silencio con el estereotipado esmalte de sus
dientes. Rodó una silla hacia la mesita y extrajo del maletín varios frascos de
muestras gratuitas. La mujer pasó de largo hacia la cocina.
—Espérese y le caliento el café.
—No, muchas gracias —dijo el médico. Escribió la dosis en una hoja del
formulario—. Le niego rotundamente la oportunidad de envenenarme.
Ella rio en la cocina. Cuando acabó de escribir, el médico ley ó la fórmula en
voz alta pues tenía conciencia de que nadie podía descifrar su escritura. El
coronel trató de concentrar la atención. De regreso de la cocina la mujer
descubrió en su rostro los estragos de la noche anterior.
—Esta madrugada tuvo fiebre —dijo, refiriéndose a su marido—. Estuvo
como dos horas diciendo disparates de la guerra civil.
El coronel se sobresaltó.
« No era fiebre» , insistió, recobrando su compostura. « Además —dijo—, el
día que me sienta mal no me pongo en manos de nadie. Me boto y o mismo en el
cajón de la basura» .
Fue al cuarto a buscar los periódicos.
—Gracias por la flor —dijo el médico.