EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 15
El coronel se sintió avergonzado.
—No esperaba nada —mintió. Volvió hacia el médico una mirada
enteramente infantil—. Yo no tengo quien me escriba.
Regresaron en silencio. El médico concentrado en los periódicos. El coronel
con su manera de andar habitual que parecía la de un hombre que desanda el
camino para buscar una moneda perdida. Era una tarde lúcida. Los almendros de
la plaza soltaban sus últimas hojas podridas. Empezaba a anochecer cuando
llegaron a la puerta del consultorio.
—Qué hay de noticias —preguntó el coronel.
El médico le dio varios periódicos.
—No se sabe —dijo—. Es difícil leer entre líneas lo que permite publicar la
censura.
El coronel ley ó los titulares destacados. Noticias internacionales. Arriba, a
cuatro columnas, una crónica sobre la nacionalización del canal de Suez. La
primera página estaba casi completamente ocupada por las invitaciones a un
entierro.
—No hay esperanzas de elecciones —dijo el coronel.
—No sea ingenuo, coronel —dijo el médico—. Ya nosotros estamos muy
grandes para esperar al Mesías.
El coronel trató de devolverle los periódicos pero el médico se opuso.
—Lléveselos para su casa —dijo—. Los lee esta noche y me los devuelve
mañana.
Un poco después de las siete sonaron en la torre las campanadas de la
censura cinematográfica. El padre Ángel utilizaba ese medio para divulgar la
calificación moral de la película de acuerdo con la lista clasificada que recibía
todos los meses por correo. La esposa del coronel contó doce campanadas.
—Mala para todos —dijo—. Hace como un año que las películas son malas
para todos.
Bajó la tolda del mosquitero y murmuró: « El mundo está corrompido» . Pero
el coronel no hizo ningún comentario. Antes de acostarse amarró el gallo a la
pata de la cama. Cerró la casa y fumigó insecticida en el dormitorio. Luego puso
la lámpara en el suelo, colgó la hamaca y se acostó a leer los periódicos.
Los ley ó por orden cronológico y desde la primera página hasta la última,
incluso los avisos. A las once sonó el clarín del toque de queda. El coronel
concluy ó la lectura media hora más tarde, abrió la puerta del patio hacia la
noche impenetrable, y orinó contra el horcón, acosado por los zancudos. Su
esposa estaba despierta cuando él regresó al cuarto.
—No dicen nada de los veteranos —preguntó.
—Nada —dijo el coronel. Apagó la lámpara antes de meterse en la hamaca
—. Al principio por lo menos publicaban la lista de los nuevos pensionados. Pero
hace como cinco años que no dicen nada.