EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 14
El coronel se sintió desolado.
—Parecen zapatos de huérfano —protestó—. Cada vez que me los pongo me
siento fugado de un asilo.
—Nosotros somos huérfanos de nuestro hijo —dijo la mujer.
También esta vez lo persuadió. El coronel se dirigió al puerto antes de que
pitaran las lanchas. Botines de charol, pantalón blanco sin correa y la camisa sin
el cuello postizo, cerrada arriba con el botón de cobre. Observó la maniobra de
las lanchas de sde el almacén del sirio Moisés. Los viajeros descendieron
estragados después de ocho horas sin cambiar de posición. Los mismos de
siempre: vendedores ambulantes y la gente del pueblo que había viajado la
semana anterior y regresaba a la rutina.
La última fue la lancha del correo. El coronel la vio atracar con una
angustiosa desazón. En el techo, amarrado a los tubos del vapor y protegido con
tela encerada, descubrió el saco del correo. Quince años de espera habían
agudizado su intuición. El gallo había agudizado su ansiedad. Desde el instante en
que el administrador de correos subió a la lancha, desató el saco y se lo echó a la
espalda, el coronel lo tuvo a la vista.
Lo persiguió por la calle paralela al puerto, un laberinto de almacenes y
barracas con mercancías de colores en exhibición. Cada vez que lo hacía, el
coronel experimentaba una ansiedad muy distinta pero tan apremiante como el
terror. El médico esperaba los periódicos en la oficina de correos.
—Mi esposa le manda preguntar si en la casa le echaron agua caliente, doctor
—le dijo el coronel.
Era un médico joven con el cráneo cubierto de rizos charolados. Había algo
increíble en la perfección de su sistema dental. Se interesó por la salud de la
asmática. El coronel suministró una información detallada sin descuidar los
movimientos del administrador que distribuía las cartas en las casillas
clasificadas. Su indolente manera de actuar exasperaba al coronel.
El médico recibió la correspondencia con el paquete de los periódicos. Puso a
un lado los boletines de propaganda científica. Luego ley ó superficialmente las
cartas personales. Mientras tanto, el administrador distribuy ó el correo entre los
destinatarios presentes. El coronel observó la casilla que le correspondía en el
alfabeto. Una carta aérea de bordes azules aumentó la tensión de sus nervios.
El médico rompió el sello de los periódicos. Se informó de las noticias
destacadas mientras el coronel —fija la vista en su casilla— esperaba que el
administrador se detuviera frente a ella. Pero no lo hizo. El médico interrumpió la
lectura de los periódicos. Miró al coronel. Después miró al administrador sentado
frente a los instrumentos del telégrafo y después otra vez al coronel.
—Nos vamos —dijo.
El administrador no levantó la cabeza.
—Nada para el coronel —dijo.