EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 11
—Coronel, espérese y le presto un paraguas.
El coronel respondió sin volver la cabeza.
—Gracias, así voy bien.
Aún no había salido el entierro. Los hombres —vestidos de blanco con
corbatas negras— conversaban en la puerta bajo los paraguas. Uno de ellos vio al
coronel saltando sobre los charcos de la plaza.
—Métase aquí, compadre —gritó.
Hizo espacio bajo el paraguas.
—Gracias, compadre —dijo el coronel.
Pero no aceptó la invitación. Entró directamente a la casa para dar el pésame
a la madre del muerto. Lo primero que percibió fue el olor de muchas flores
diferentes. Después empezó el calor. El coronel trató de abrirse camino a través
de la multitud bloqueada en la alcoba. Pero alguien le puso una mano en la
espalda, lo empujó hacia el fondo del cuarto por una galería de rostros perplejos
hasta el lugar donde se encontraban —profundas y dilatadas— las fosas nasales
del muerto.
Allí estaba la madre espantando las moscas del ataúd con un abanico de
palmas trenzadas. Otras mujeres vestidas de negro contemplaban el cadáver con
la misma expresión con que se mira la corriente de un río. De pronto empezó una
voz en el fondo del cuarto. El coronel hizo de lado a una mujer, encontró de perfil
a la madre del muerto y le puso una mano en el hombro. Apretó los dientes.
—Mi sentido pésame —dijo.
Ella no volvió la cabeza. Abrió la boca y lanzó un aullido. El coronel se
sobresaltó. Se sintió empujado contra el cadáver por una masa deforme que
estalló en un vibrante alarido. Buscó apoy o con las manos pero no encontró la
pared. Había otros cuerpos en su lugar. Alguien dijo junto a su oído, despacio, con
una voz muy tierna: « Cuidado, coronel» . Volteó la cabe