EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 12
Don Sabas carraspeó. Sostenía el paraguas con la mano izquierda, el mango
casi a la altura de la cabeza pues era más bajo que el coronel. Los hombres
empezaron a conversar cuando el cortejo abandonó la plaza. Don Sabas volvió
entonces hacia el coronel su rostro desconsolado, y dijo:
—Compadre, qué hay del gallo.
—Ahí está el gallo —respondió el coronel.
En ese instante se oy ó un grito:
—¿Adónde van con ese muerto?
El coronel levantó la vista. Vio al alcalde en el balcón del cuartel en una
actitud discursiva. Estaba en calzoncillos y franela, hinchada la mejilla sin afeitar.
Los músicos suspendieron la marcha fúnebre. Un momento después el coronel
reconoció la voz del padre Ángel conversando a gritos con el alcalde. Descifró el
diálogo a través de la crepitación de la lluvia sobre los paraguas.
—¿Entonces? —preguntó don Sabas.
—Entonces nada —respondió el coronel—. Que el entierro no puede pasar
frente al cuartel de la policía.
—Se me había olvidado —exclamó don Sabas—. Siempre se me olvida que
estamos en estado de sitio.
—Pero esto no es una insurrección —dijo el coronel—. Es un pobre músico
muerto.
El cortejo cambió de sentido. En los barrios bajos las mujeres lo vieron pasar
mordiéndose las uñas en silencio. Pero después salieron al medio de la calle y
lanzaron gritos de alabanzas, de gratitud y despedida, como si crey eran que el
muerto las escuchaba dentro del ataúd. El coronel se sintió mal en el cementerio.
Cuando don Sabas lo empujó hacia la pared para dar paso a los hombres que
transportaban al muerto, volvió su cara sonriente hacia él, pero se encontró con
un rostro duro.
—Qué le pasa, compadre —preguntó.
El coronel suspiró.
—Es octubre, compadre.
Regresaron por la misma calle. Había escampado. El cielo se hizo profundo,
de un azul intenso. « Ya no llueve más» , pensó el coronel, y se sintió mejor, pero
continuó absorto. Don Sabas lo interrumpió.
—Compadre, hágase ver del médico.
—No estoy enfermo —dijo el coronel—. Lo que pasa es que en octubre
siento como si tuviera animales en las tripas.
« Ah» , hizo don Sabas. Y se despidió en la puerta de su casa, un edificio
nuevo, de dos pisos, con ventanas de hierro forjado. El coronel se dirigió a la
suy a desesperado por abandonar el traje de ceremonias. Volvió a salir un
momento después a comprar en la tienda de la esquina un tarro de café y media
libra de maíz para el gallo.