El Combatiente N° 2 Octubre 2019 Octubre 2019 | Page 13
Dice el padre del revolucionario, tendría tanto más que contarles de Miguel, ese médico
revolucionario e idealista que fue nuestro hijo. Hablarles de su amor a la vida, de sus ansias
por alargar y multiplicar las horas para alcanzar a hacer todo lo que él quería. “Un día, no se
cuándo, solía decir, voy a caer. Mis huesos quedarán por ahí, tal vez blanqueándose al sol.
Mi temor es no haber alcanzado a hacer cuanto he planeado”.
En el relato de la vida de su hijo cuenta de su amor por los niños. Cada vez que podía pasaba
horas enteras con ellos; los escuchaba, jugaba, contestaba con seriedad sus interminables
preguntas, les enseñaba a silbar, a imitar animales. Ellos lo adoraban, se le subían a las ro-
dillas, estaban de fiesta en cuanto él llegaba. Me gustaría hablarles de su dolor ante el sufri-
miento de los pobres y desvalidos. La mujer enferma y abandonada, la mujer embarazada, la
mujer con un niño en brazos, la que estaba dando a luz, la que pedía limosna para sus hijos,
era para Miguel el primer deber de la revolución. Niños y mujeres, enfermos y jóvenes priva-
dos de toda posibilidad de estudiar y progresar, merecían para él atención preferencial.
“Por ellos luchamos”, me dijo en más de una ocasión. Era, en cambio, implacable con los
flojos y remolones, con los patrones que explotaban a sus obreros y empleados, con los
profesionales preocupados de hacer dinero, especialmente con los médicos pendientes de
comprar el último modelo de automóvil, con los arbitrarios, con los oportunistas candidatos
eternos a mayores facilidades y ventajas, con los que perdían el tiempo y las posibilidades.
Odiaba la injusticia, la crueldad, la torpeza, la ignorancia, la hipocresía política. Con éstos,
con los falsos políticos, era terrible y despiadado.
“A usted, le dijo un día a uno de ellos en una asamblea, después de haberlo desenmascara-
do públicamente, sólo le queda retirarse de esta sala, de rodillas, avergonzado y pidiendo
disculpas por toda una vida de engaño e hipocresía”.
Se trataba nada menos que de un senador que, haciendo alardes de indignación, se retiró,
sin embargo, humilde, resignado y precipitadamente. Admiraba a los luchadores de todos
los tiempos. Con qué entusiasmo leía cuanto había sido escrito por ellos y sobre ellos. Cono-
cía detalles de sus vidas y sus pensamientos ignorados aun por sus connacionales y espe-
cialistas.
Cuando murió el Che sufrió intensamente, se puso enfermo. Pero, con esa voluntad que lo
distinguía y caracterizaba se recuperó de inmediato y organizó actos en homenaje a tan
sobresaliente luchador. Recordó en ellos su vida ejemplar de revolucionario, lo que había
significado para la liberación de Cuba, cuánto habían influido sus pensamientos y doctrinas
en la formación de él mismo, de Miguel y del grupo de muchachos que habían creado el MIR.
“Su muerte, dijo, priva a la liberación americana y a los oprimidos del mundo entero, de las
armas más eficaces y poderosas: la preclara inteligencia, la voluntad indomable del Che.
Pero, agregó, aún después de muerto, el seguirá luchando con nosotros. Su ejemplo guiará
nuestras acciones revolucionarias. Su muerte misma, luchando, nos ha señalado un rumbo,
dado un ejemplo, que ninguno de nosotros podrá olvidar cuando llegue el momento”.
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