Ciudad de México / Junio 15, 2020. 21
¿Qué deja la nueva normalidad?
#Opinión
Raúl Carlón Campillo
Con tres meses de acciones concretas para enfrentar una pandemia, el país va acostumbrándose a eso
que se ha denominado la “nueva normalidad”. Desde la discusión filosófica de que, al ser nueva, no
puede llamársele normalidad, hasta la contundente opinión de expertos epidemiólogos que declaran la
vulnerabilidad del ser humano para evitar contagiarse, los días transcurridos van dejando enseñanzas, crisis y
un lamentable incremento en las cifras de contagiados, fallecidos y personas sin empleo, así como de pequeñas
empresas y comercios desaparecidos.
¿Qué es lo normal ahora?
Conocer la cifra de contagios y fallecimientos.
Enterarse del número de empleos que se pierden mes a mes.
El comercio callejero, que ofrece cubrebocas, caretas plásticas, gel antibacterial y guantes protectores.
Trabajar en casa conectados con el exterior mediante un equipo de cómputo.
operativas, de siniestros y cobranza operarán sobre
plataformas tecnológicas. Las áreas comerciales también,
lo que exigirá en toda la organización actualizar
las plataformas de operación, incluyendo evidentemente
al propio asegurado.
Por otro lado, es urgente elegir entre los variados
modelos de continuidad empresarial y laboral. Es decir,
habrá que decidir si lo que se busca es proteger el
empleo o el consumo. En cualquier modelo socioeconómico
e ideología política, ambos son indispensables.
La diferencia, según mi opinión, está en la cultura que
tenga la población para decantarse por consumir con
el dinero que se gana o por ganar con el dinero que se
consume.
¡Ésa sí que será una nueva normalidad!
La lista de anormalidades que se normalizan va
dando cuerpo a ese concepto al que tendremos que
acostumbrarnos a partir de que se levante el confinamiento
y las cosas tomen el cauce que, bajo el
contradictorio, confuso e ilógico criterio de la federación,
entienda cada persona en cada estado como
normal.
En materia de empleo y rutinas laborales, es un hecho
que la tecnología permitió la operación de miles
de empresas, que aceleraron la puesta en marcha de
plataformas muy potentes para activar en tiempo récord
el trabajo desde casa efectuado por su plantilla
de colaboradores. A partir de esta práctica, las rutinas
de trabajo dejan algunas señales para la implantación
de soluciones que, a decir de varios corporativos, están
empezando a valorarse para enfrentar la crisis económica
sin afectar a la estabilidad laboral de sus equipos
de profesionales.
Algunas de las soluciones que se escuchan apuntan
a la reducción de espacios de trabajo y oficinas, privilegiando
las conexiones internéticas de gran alcance
y potencia y el equipamiento a los colaboradores para
que operen desde casa. Esta práctica reduciría el costo
instalado de muchas empresas, que a partir de esta
nueva realidad pueden mantener la nómina y sus prestaciones
antes que las funcionales o hasta suntuosas
oficinas.
La movilidad, a partir de esta práctica, mostraría
notables reducciones, con el consecuente descongestionamiento
de vialidades; y además se reducirían los
registros de ingreso de trabajadores mediante relojes
checadores y torniquetes. El registro de la conexión sería
suficiente para verificar que el colaborador está ya
en acción, y hasta los elevadores reducirían el desgaste
cotidiano que sufren al transportar a cientos de personas
a los pisos altos de los edificios (recordemos que el
mantenimiento técnico hasta del aparato más simple
del mobiliario cuesta dinero).
Los uniformes podrían desaparecer, y quedaría quizá
sólo un código de vestimenta casual que permita al
trabajador estar presentable cuando deba conectarse
para juntas o reuniones virtuales. Esta simplificación
redundaría en ahorros para el trabajador, quien reduciría
la inversión en vestimenta cotidiana al poder trabajar
desde casa en pijama.
Las prestaciones de comedor podrían transformarse
también en ahorro para las empresas, de la
misma forma que los uniformes; aunque hacerlo así
dejará afectaciones a las empresas de comedores industriales
que prestan ese servicio a empresas y corporativos.
La “nueva normalidad” traerá cambios radicales
en la lógica laboral del planeta. La economía se verá
alterada al sustituirse algunas actividades por otras
que permitan sobrevivir a estas nuevas exigencias. La
creatividad y la reinvención serán cruciales a partir de
ahora.
La costumbre de comer en la oficina o tener la
prestación de comedor industrial con barras de dieta
o comida variada llevará a las empresas de comedores
industriales a modificar su plan operativo desde
la raíz para poder sobrevivir. La competencia de restaurantes
será mayor cuando, por exigencia sanitaria,
el número de mesas deba reducirse y se dé espacio a
un número menor de comensales a quienes atender. El
florecimiento de opciones alimentarias estimulará en
cada colonia el arrendamiento de espacios comerciales,
situación que reactivará el mercado inmobiliario
en ese segmento.
La tecnología adquiere una importancia crucial para
poder laborar a partir de esta “nueva normalidad”. En
el caso de la industria aseguradora, las áreas técnicas,
Consumir con el dinero que se gana fue, hasta hace
unos meses, la lógica de al menos dos generaciones.
La práctica y ejemplo de comprar bienes de consumo
inmediato o duradero privilegió el crecimiento de la
economía en el mundo capitalista. El modelo, al margen
de la discusión sobre si era neoliberal o cualquier
otra cosa, trajo una corriente bautizada con el nombre
de aspiracional. Es válido, genuino y absolutamente
humano querer progresar y aspirar a mejorar la versión
de casa, muebles, electrodomésticos y electrónicos;
autos, ropa, viajes, escuelas y todo tipo de satisfactores
que, bajo el manto sagrado de la aspiración,
florecieron hasta convertirse en sentido de vida para
millones de seres humanos por generaciones, capaces
de hacer campamento por días fuera de la tienda de la
manzana mordida para comprarse el celular de última
generación mientras posteaban su guardia en el magnífico,
útil pero desactualizado celular que poseían en
ese momento.
Ganar con el dinero que se consume, en cambio, es
un concepto que exige una cultura distinta de la del
consumo a ultranza practicado hasta este momento.
Esa cultura se centra en una noción lejana si partimos
de la realidad del ejemplo recibido de la generación
consumista de la que uno proviene. El contratar servicios
financieros no ideados para consumir sino para
ahorrar, prever, anticipar pérdidas y trasladarlas antes
de que ocurran es un ejemplo inexistente en millones
de familias, que ahora sufren por no tener dinero para
seguir consumiendo.
Raros, aunque reales, son los ejemplos de familias
que previeron una caída en el ingreso familiar y por
ello idearon un modelo de ahorro que mitigara las consecuencias
de esa pérdida.
¡Eso es, exactamente, ganar con el dinero que se
consume!
Ahorrar, asegurarse, invertir, capitalizar la cuenta
de afore, tomar capital en contratos para la jubilación y
educación de los hijos o simplemente comprar capital
para pagar hospitalizaciones y sustituciones cuando el
titular de una familia fallece por causas atribuibles a
una pandemia o a un deterioro gradual y constante de
la salud son prácticas que ofrecen un ejemplo claro y
contundente (aunque lamentablemente poco “aspiracional”)
de prudencia económica, buen juicio y previsión.
Por desgracia, de ellas carece la población en una
abrumadora mayoría.
Es momento de la cultura. Es la hora de abrazar en
definitiva la causa cultural para modificar de una buena
vez la realidad de millones de familias que hoy tienen
en un armario todo lo que alguna vez compraron,
según la lógica de ganar para consumir. La pregunta,
siempre presente en estos casos, se centra en comprobar
si la gente aprendió, o sólo está alterada por la afectación
que vive en este momento.
La disyuntiva, la decisión o la tendencia de esa “nueva
normalidad” será exactamente ésta:
¡Consumir con el dinero que se gana, o ganar con el
dinero que se consume!