24
Ciudad de México / Agosto 31, 2020.
LOS NÚMEROS CUENTAN
Antonio Contreras
[email protected]
¿Externa o eterna?
¿¿Externa o eterna? Ésa era la pregunta que nos planteábamos hace años sobre la deuda del Gobierno mexicano.
El servicio de la deuda, es decir, el dinero que pagamos a los acreedores externos e internos por el dinero
que nos prestaron en el pasado, es el renglón del presupuesto de egresos más difícil de digerir. ¿Por qué? Por
absurdo.
A principios de su sexenio, José López Portillo (1976-1982) declaró que México debía prepararse para “administrar
la abundancia”. Con el descubrimiento del yacimiento de Cantarell, el valor de la exportación petrolera
de este país pasó de 4,000 millones de dólares en 1976 a más de 40,000 millones de dólares en 1982. Y dólares
de esa época. Ese ingreso representaba más de 10 por ciento del Producto Nacional Bruto. La grandilocuente
expresión del melodramático presidente estaba justificada: contar de golpe con un ingreso no previsto, regalo
del subsuelo nacional, permitía pensar en inversiones en infraestructura para cimentar el desarrollo de los
años subsecuentes.
La historia es de todos conocida: la mayor parte
del ingreso petrolero se diluyó, el director general de
Pemex, amigo cercano del presidente, fue desaforado
y encarcelado por el sucesor. López Portillo no pudo
defender al peso a pesar de su firme propósito; la banca
fue nacionalizada, y acabamos saqueados…
En el tema que nos ocupa, la deuda gubernamental,
lejos de disminuir por los ingresos extraordinarios, no
ha dejado de aumentar. Si una economía familiar recibe
del fideicomiso de la tía Chuchita, esa pariente que
marchó hace 30 años a Chihuahua en busca de fortuna,
un ingreso mensual adicional inesperado, es lógico
pensar en una disminución de las deudas de la familia:
¡a pagar tarjeta de crédito, liquidar el préstamo obtenido
para la compra del automóvil de segunda mano y
evitar mayores deudas!, pues la tasa de interés es alta y
afecta al ingreso. La lógica, a la luz de los tristes acontecimientos
nacionales, fue muy otra.
El “servicio de la deuda”, eufemística expresión que
significa el pago de los canijos intereses del dinero que
hemos pedido a lo largo de los años, asciende hoy a
732,873,800,000 pesos. Si el Gobierno pasara la charola,
una familia de cuatro miembros tendría que aportar
22,500 pesos. Me imagino que una familia mexicana
típica podría dar mejor destino a esa suma: tal vez el
enganche de un auto, el pago de las escuelas de los hijos
o el viaje que ha esperado tanto tiempo.
La astronómica cifra corresponde a la partida denominada
“Costo financiero de la deuda pública presupuestaria
y erogaciones para los programas de apoyo a
ahorradores y deudores de la banca”. En otras palabras,
pago de intereses por deuda externa e interna, pago de
los intereses de las deudas de Pemex y CFE (empresas
“productivas” del Estado) y un pellizco para los intereses
del Fobaproa. Sí se acuerdan, ¿verdad? Y, si no, para
qué echar más sal a la herida.
El pago de intereses, para decirlo en corto, representa
un monto similar al financiamiento que el Gobierno
obtiene para sufragar su déficit. “¿Y eso qué es?”, se
preguntará más de uno. Pues no es otra cosa que el
dinero que hace falta para cubrir el exceso de gastos.
Si tengo un ingreso de 100$ y gasto 120$, tendré que
recurrir al mexicanísimo “sablazo” para librarla.
Comenté al inicio de estas letras que el servicio de
la deuda es la partida que más arde. ¿Por qué? Por innecesaria,
por cara y por ser la de efectos más nocivos.
“Pero todos los países se endeudan”, replicará alguno.
No lo dudo. Y la mayoría de los asalariados también
lo hacemos, a pesar de las altas tasas de interés, sea
para comprar una casa, un coche o para salir de un
apuro. Comprar una casa en México ayudándonos con
una deuda es una decisión poco rentable, pues hay que
pagar altos intereses, comisiones, escrituración y otros
conceptos. Terminamos pagando más del doble. ¿Por
qué nos endeudamos entonces? La mayoría lo hace por
ser el endeudamiento la única vía para poder adquirir
una propiedad, pese al alto costo. Lo triste es que, en
el caso mexicano, el Gobierno se endeuda para salir
del paso. Y la cosa, como he comentado en artículos
anteriores, va a peor, sobre todo por la existencia de
#Opinión
obligaciones crecientes por pago de pensiones a mexicanos
de primera y de segunda. Pensamos que íbamos
a amarrar a los perros con longaniza; el perro se la comió,
y ahora ladra reclamando el cumplimiento de la
promesa que le hicimos.
Cuarenta años después, no nos alcanza para llegar
a fin de mes. Lo mismo que ocurre en muchos hogares
mexicanos se repite a escala nacional.
En nuestro caso, el Gobierno se endeudó con el argumento
de financiar proyectos con el respaldo de la
creciente producción de petróleo. Lamentablemente, el
hijo desobediente se gastó el dinero, y ahora todos tenemos
que pagar. Lo absurdo es el círculo perverso de
pido prestado para crecer, no crezco y ahora tengo que
pagar lo que me prestaron; sólo el pago de los intereses
de la deuda provoca que no me alcance y tenga que volver
a pedir prestado, y así sucesivamente ad infinitum.
La pandemia de COVID-19 ha provocado que los
pronósticos de crecimiento se modifiquen: según estas
predicciones, el producto del país se va a contraer hasta
en un 10 por ciento en 2020, y ya ni hablar del año
anterior. Eso significa menos impuestos y necesidad de
gastar más para propiciar la sobrevivencia de las micro-
y pequeñas empresas. Llegó la emergencia, y el dinero
ya nos lo gastamos en parrandas. Lo bueno es que
el Gobierno actual está mostrando prudencia. Claro
que es necesario endeudarse para sortear la crisis, pero
los antecedentes de administrador de dinero ajeno de
nuestros gobiernos me hacen preferir al monstruo del
desempleo y el estancamiento antes que el abismo de
mayor deuda.
¿Existe una solución? Por supuesto, y no es complicada.
Pero requiere valor, y mucho.
Es necesario reducir las obligaciones, ahorrar y subirle
al ingreso.
¿Qué obligaciones hay que disminuir? El pago de
pensiones superiores a las establecidas por la ley que
se aplican a la mayoría de los mexicanos. Si Pemex, el
IMSS y la CFE tienen condiciones especiales, pues no
hay de otra más que cumplir con lo comprometido;
pero sí es posible buscar maneras de obtener los recursos
de las empresas productivas que generaron las
obligaciones y también incrementar la edad de retiro
y los requisitos para el otorgamiento de las pensiones
de aquellos que gozan de un esquema de país multimillonario.
¿Cómo incrementar ingresos?
Todos debemos pagar la parte que nos toca en un
esquema progresivo: quienes están en la economía
formal son cautivos y pagan puntualmente el impuesto
sobre la renta que les toca; pero aquellos atrapados
en la economía informal pagan a quienes les
permiten trabajar, pero esas aportaciones no llegan a
las arcas de Hacienda. Es necesario encontrar esquemas
que permitan, poco a poco, recaudar las aportaciones
de los informales. No se hará, por supuesto,
de la noche a la mañana, pero hoy partimos de cero.
Cualquier medida incrementará la captación actual.
Por otra parte, las empresas deben pagar los impuestos
que les corresponde pagar, ni más ni menos.
No se trata, por supuesto, de intentar exprimirlas y
con ello aumentar el desempleo y el descontento. Es
simplemente pedirles que aporten lo que les toca,
más allá de esquemas distorsionados y estratagemas
para pagar muy poco.
Si vivo fuera del presupuesto; si no soy dueño de
una empresa que paga pocos impuestos y no estoy
en la economía informal, no soy nini, madre soltera
ni persona de la tercera edad, soy quien sostiene la
recaudación, pero esto no es suficiente, y la deuda
de hoy tendrá que pagarse tarde o temprano. Mejor
temprano: será más justo y, sin duda, más barato.