débil o deforme, era arrojado desde lo alto del monte Taigeto. Hasta los siete años dejaban al niño con su familia, pero después de esa edad hasta su muerte el espartano pertenecía totalmente al Estado. A partir de los siete años comenzaba la educación pública, de carácter obligatorio, impartida en organizaciones de tipo militar. La escuela era única, sólo para la clase dominante. Los niños recibían sus lecciones de monitores escogidos en grupos de 64 alumnos; debían aceptar sin murmurar las órdenes y los castigos. La dirección general de los grupos estaba a cargo de un superintendente( paidónomo) auxiliado por inspectores de disciplina( mastigóforos) que abusaban del látigo. A los 12 años, el niño vestía el manto de la virilidad. De los 18 a los 20, los jóvenes formaban los kruptoi o grupos encargados de vigilar las fronteras, vivían fuera de las ciudades y hacían ejecutar por los esclavos( ilotas) los trabajos de utilidad pública. Hasta los 30 años permanecían en la categoría de irenos; dirigidos por un instructor, aleccionaban a los más jóvenes. Al terminar ese período, adquirían los derechos de ciudadanos y podían constituir una familia, pero permanecían siempre en los cuarteles, comiendo en mesas comunes y sirviendo de maestros a la juventud. La mujer era ejercitada en los deportes y en la danza. La disciplina fomentaba en ellas los sentimientos de honor e impavidez, llegando a no inmutarse al oír que sus hijos habían sucumbido en la batalla, a condición de que hubiesen caído de cara al enemigo.
Prácticas.— Para el espartano, la educación física era fundamental y con ella se buscaba la resistencia corporal. Vestían la misma túnica en verano y en invierno, llevaban los cabellos rasurados y se acostaban sobre un lecho de juncos recogidos en las riberas del Eurotas. Los ejercicios al aire libre eran variados: lucha, carreras, saltos, jabalinas, etcétera. La caza, rama importante de su plan de enseñanza, fue preferida sobre todo. Practicaban, entre otros deportes, uno muy semejante a nuestro fútbol( el episkiros). Niños y jóvenes aprendían a tocar la cítara y a cantar. Preferían los ritmos viriles y los himnos marciales del poeta Tirteo. Esta educación culminaba con la danza guerrera. El uso del látigo era corriente. Anualmente, en las fiestas de Diana, los maestros administraban castigos públicos para desarrollar el espíritu de sumisión. El pundonor exigía que soportaran los golpes sin quejarse. La educación moral constituía la base de la educación patrocinada por Licurgo. Se aprovechaban todas las ocasiones para inspirar al niño el respeto a las leyes y a la religión, la obediencia absoluta al Estado y a los superiores jerárquicos. Las fiestas religiosas y los banquetes públicos favorecían este intento, pues el joven escuchaba a los ancianos discutir los negocios del Estado. En tal ambiente los jóvenes adquirían hábitos de urbanidad y de sociabilidad. La mesa era frugal y el niño debía buscar el complemento necesario para satisfacer su apetito aunque recurriera al hurto y a la simulación( astucia). Esta práctica no era inmoral,