crear una nueva palabra o concepto que defina lo que, en realidad todos sabemos que es matrimonio, para un tipo concreto de personas en cambio, sí que me suena discriminatorio y en parte humillante.
Volviendo sobre la primera idea, uno se da cuenta de que el argumento del sector conservador suele relacionar la palabra matrimonio, con el concepto, al menos culturalmente hablando, cristiano tradicional que se tiene de él. No obstante parecen obviar que el matrimonio civil, comúnmente aceptado por todos, también se aleja considerablemente del matrimonio cristiano. Pero ahí la terminología no ofende, o quizás es demasiado incorrecto políticamente afirmar que “un matrimonio civil, no religioso será una unión válida, pero no es un matrimonio”. ¿O será que para este ejemplo si se ha aceptado que el lenguaje cambia y evoluciona? ¡Si es así estaríamos ante un avance histórico en el pensamiento tradicionalista español!
Ironías aparte, el idioma está al servicio de las personas, y por lo tanto me resulta francamente ridículo darle más importancia de la que tiene, y creo que debe concordar con la realidad. Le moleste o le ofenda a algunos, la realidad hoy día en España es que desde 2005 hay 20.000 parejas que se consideran a sí mismas un matrimonio y son consideradas como tal por la gran mayoría.
No tengo intención de rebatir los argumentos en contra del matrimonio homosexual, pero, por favor, seamos serios. Si es solo una cuestión lingüística, aceptemos que en siete años el uso se ha aceptado socialmente, y si sencillamente solo se trata de que nos resulta ofensivo, pues por favor, intentemos ser menos susceptibles.
El lenguaje y la realidad social
Por Santiago Marrero
Para los que nos definimos como librepensadores, o independientes, resulta curioso contemplar las similitudes que existen entre los sectores tradicionalmente llamados como progresista y conservador. Una de ellas es la obsesión por el lenguaje y la terminología. Si los socialistas son tradicionalmente los reyes del eufemismo y el “buenismo” lingüístico, los tradicionalistas son los dueños del inmovilismo terminológico.
Desde que en 2005 se aprobase la ley que oficialmente denominaba como matrimonio la unión de personas del mismo sexo, se ha venido repitiendo el argumento de que el solo hecho de llamarlo de la misma manera resulta dañino. Qué quieren que les diga a mí esto de que el idioma sea tan importante y pueda resultar tan ofensivo no me acaba de convencer por dos razones. La primera porque deja de lado una premisa tan básica como que el lenguaje está en constante evolución. La segunda porque el hecho de crear una nueva palabra o concepto que defina
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