difamar, o publicar contenidos de consecuencias trágicas en medio de una total impunidad.
¿Que el hombre occidental cree tener derecho a ofender a quien desee? Pase, al fin y al cabo es un asunto de las respectivas legislaciones internas, y yo mentiría si no admitiese que me siento más cómodo en un estado permisivo que en uno prohibitivo. Pero esa prebenda queda anulada automáticamente cuando el resultado se mide en vidas humanas. Que se retire de YouTube un cortometraje chapucero no me parece un precio excesivo (ni siquiera en “pérdida de libertades”) comparable a salvar las vidas de militares, civiles y diplomáticos por decenas. Una cuestión de prioridades.
El debate acerca de si ceder a las presiones de grupos violentos es lícito o contraproducente queda en este caso fuera de lugar. Baste decir que no se les debe provocar. Queda por aclarar el asunto –tema candente en prensa, señores- de si los asaltos a embajadas significan el retorno del integrismo que se creía desaparecido tras la “Primavera Árabe”. Lo cierto es que el salafismo y sus variantes han convivido con la realidad tunecina y egipcia (no digamos libia, tras meses de guerra civil): Antes, durante y después de las respectivas revoluciones. Son los medios los que han amplificado o difuminado su papel, pero lo cierto es que el radicalismo religioso es uno de los problemas con que tendrán que bregar los nuevos gobiernos durante los largos y complejos periodos de transición que se esperan. Ayudará que no pongamos las cosas aún más difíciles.
Cuando aún no se han terminado de apagar los rescoldos de la embajada en Bengasi, y el gabinete de Obama busca una postura intermedia que no sabotee su previsible ventaja electoral, expertos de medio mundo tratan de sacar conclusiones al breve pero intenso estallido de violencia en el mundo musulmán. Los únicos que aparentemente han decidido saltarse este período de reflexión han sido los periodistas, gremio que deflecta de nuevo las críticas recibidas bajo ese paraguas que es la “libertad de expresión”.
¿Qué es la libertad de expresión en sí? Posiblemente lo más valioso que poseemos; la capacidad de estornudar públicamente sin acabar en un gulag siberiano, o picando piedra en el Valle de los Caídos. Ahora bien, una vez conquistada la democracia y su carta de derechos, la libertad de expresión ya queda garantizada. Nada tiene eso que ver con la posibilidad de insultar,
DE TITULARES Y CADÁVERES
Por Óscar Sáinz de la Maza
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