CAZADOR DE GRINGAS
Como le contaba, la gente nos ve como a bicho raro. Cuando camino por
la calle bien aparrado de una gringa, al instante percibo sus miradas que
dicen: «feo y enano y con una gringa mamacita». Pero usted sabrá que
no es nada fácil computar gringas. Este oficio, no se ría, aunque no crea
es un oficio como cualquier otro que tiene ventajas y desventajas.
Figúrese que se encuentra con una gringa neurótica y feminista que le
transfiere sus problemas. ¿Y qué me dice de las frígidas? ¿Conoció a una
frígida? ¿No conoció? Mejor no las conozca, porque ni un volcán en
erupción las calienta. Ni qué hablar de las fumonas que sólo vienen al
país a vacilarse con todo tipo de drogas. ¿Que si yo fumo drogas? La
verdad es que alguna vez lo hice, pero no gusto de ellas y no es mi estilo
computar gringas por ese medio, aunque algunos bricheros lo hacen.
También llegan las que buscan exóticas aventuras, porque en sus países
andan tan mecanizadas que se olvidaron de esa palabrita llamada amor.
Es por eso que gustan de nosotros los latinos y dicen que somos
ardientes y cariñosos.
¿Quiere saber sobre la extranjera de anoche? Bueno, a esa gringuita la
conocí en la taberna Qhatuchay. Apenas ingresé al local, la vi y me dije:
así me la recomendó el médico; no se ría, es cierto, era bonita la fulana,
usted la conoce y no me dejará mentir. Estaba sola en una de las mesas,
mirando embobada al grupo de invidentes que interpretaban una
canción andina. Como le digo, me impresionó sobremanera y como
hacía días que andaba pateando latas, mis bolsillos silbaban de pena.
Ahora el dinero no alcanza y eso me pasa desde que se marchó la
norteamericana con quien conviví durante meses. La gringa er a cosa
seria. Imagínese que se enamoró locamente de mí, al extremo que
prometió enviarme el pasaje para visitarle. La experiencia me enseñó
que de esas promesas sólo viven los tontos. Pero no me quejo de los
meses que pasamos juntos. Tenía mujer, que más parecía maniquí de
feria comercial; habitación en un hostal céntrico y comida de lo mejor.
Figúrese que mis bolsillos siempre aparecían con dinero y todo por darle
a la gringa un poco de amor. Y pensar que con ese dinero me
emborrachaba hasta quedar nublado y ella, sumisa como toda esposa,
me soportaba. ¿Y sabe por qué? Si algo me reprochaba, pues se iba su
andean–lover. Las gringas podrán decir muchas cosas de mí, pero nunca
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