que no las hice felices.
¿Que no me vaya por la rama? Bien, iré al grano. Como le decía, la vi y al
toque me acerqué a su mesa. En este oficio la competencia está al día.
Ahora cualquier aprendiz de brichero te gana por puesta de mano y eso
jode, porque las probabilidades de computar gringas se reducen a cero.
Además, la gringa de anoche era nórdica de nacimiento. Aunque no le
miento al decirle: fuese de donde fuese igual la hubiese enamorado. Ya
podrá imaginarse que hacía días que andaba como un cazador al acecho
por lugares que frecuentan las gringas: plazoletas, cafetines, tabernas y
complejos arqueológicos, hasta la noche de ayer en que la pude
encontrar. Lo interesante de ella, como usted pudo comprobar, es que
hablaba español. Dijo haberlo aprendido durante su estadía en
Cataluña, veraneando en las tórridas playas de la Costa Brava. De no
haber sabido español hubiésemos dialogado en inglés, idioma que
domino desde que me inicié en este oficio. ¿Que cuánto tiempo llevo
brichando? A decir verdad deben ser como diez años. Ahora recuerdo
que la primera gringa que computé fue una sudafricana que era un
sueño de mujer y créame que por primera vez perdí los papeles, mejor
dicho me enamoré, al extremo que la seguí hasta Corumbá, en Brasil,
donde se me acabaron los últimos soles que tenía y tuve que regresar
tirando dedo. Como ve, no todo es felicidad en este oficio. Conozco a
muchos bricheros que de tan mala vida envejecieron prematuramente y
ahora las gringas no darían un solo puto dólar por ellos. Continuando con
la nórdica, le diré que su profesión de sicóloga —según ella, le ayudaba a
conocerse mejor y por ende a los demás— tampoco fue problema
porque le cambié sus esquemas. ¿Que cómo fue? Pues se lo contaré. Con
la gringuita utilicé una vieja artimaña que siempre me dio buenos
resultados. Se trataba de convencerla de que este encuentro no era
casual, sino que se debía al magnetismo que irradia esta ciudad,
haciendo posible que esta noche nos encontráramos, pues hacía tiempo
la conocía en sueños. Sonriendo trató de explicarme sobre los sueños,
citando no sé si a Jung o Adler. Como ve, la gringa intentaba conducirme
al campo de la sicología. Entonces, para trastocarle sus teorías, le
manifesté que como iniciado en la práctica del conocimiento del mundo
andino, tenía otra manera de percibir la realidad. Y no era la realidad
simple que ve la mayoría de la gente, sino la realidad que está dentro de
la misma realidad. Y frente a ello, las intuiciones clínicas y psicoana-
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