Dí Arte Folleto Dí Arte 6 | Page 10

que no las hice felices. ¿Que no me vaya por la rama? Bien, iré al grano. Como le decía, la vi y al toque me acerqué a su mesa. En este oficio la competencia está al día. Ahora cualquier aprendiz de brichero te gana por puesta de mano y eso jode, porque las probabilidades de computar gringas se reducen a cero. Además, la gringa de anoche era nórdica de nacimiento. Aunque no le miento al decirle: fuese de donde fuese igual la hubiese enamorado. Ya podrá imaginarse que hacía días que andaba como un cazador al acecho por lugares que frecuentan las gringas: plazoletas, cafetines, tabernas y complejos arqueológicos, hasta la noche de ayer en que la pude encontrar. Lo interesante de ella, como usted pudo comprobar, es que hablaba español. Dijo haberlo aprendido durante su estadía en Cataluña, veraneando en las tórridas playas de la Costa Brava. De no haber sabido español hubiésemos dialogado en inglés, idioma que domino desde que me inicié en este oficio. ¿Que cuánto tiempo llevo brichando? A decir verdad deben ser como diez años. Ahora recuerdo que la primera gringa que computé fue una sudafricana que era un sueño de mujer y créame que por primera vez perdí los papeles, mejor dicho me enamoré, al extremo que la seguí hasta Corumbá, en Brasil, donde se me acabaron los últimos soles que tenía y tuve que regresar tirando dedo. Como ve, no todo es felicidad en este oficio. Conozco a muchos bricheros que de tan mala vida envejecieron prematuramente y ahora las gringas no darían un solo puto dólar por ellos. Continuando con la nórdica, le diré que su profesión de sicóloga —según ella, le ayudaba a conocerse mejor y por ende a los demás— tampoco fue problema porque le cambié sus esquemas. ¿Que cómo fue? Pues se lo contaré. Con la gringuita utilicé una vieja artimaña que siempre me dio buenos resultados. Se trataba de convencerla de que este encuentro no era casual, sino que se debía al magnetismo que irradia esta ciudad, haciendo posible que esta noche nos encontráramos, pues hacía tiempo la conocía en sueños. Sonriendo trató de explicarme sobre los sueños, citando no sé si a Jung o Adler. Como ve, la gringa intentaba conducirme al campo de la sicología. Entonces, para trastocarle sus teorías, le manifesté que como iniciado en la práctica del conocimiento del mundo andino, tenía otra manera de percibir la realidad. Y no era la realidad simple que ve la mayoría de la gente, sino la realidad que está dentro de la misma realidad. Y frente a ello, las intuiciones clínicas y psicoana- 10