líticas nada tenían que hacer, ya que mi percepción provenía y se
sustentaba en toda una creencia milenaria que solo se transfería a los
elegidos. Ser elegido significaba haber pasado por diversas etapas de
conocimiento, en las cuales el desapego por las cosas materiales es una
de nuestras principales cualidades. Bueno, no crea que toda la noche
nos pasamos hablando, no señor, también tomamos nuestras cervecitas
que ella necesariamente tenía que pagar. Además, entre conversación y
conversación, le agarraba la mano y susurrándole dulcemente al oído,
salíamos a bailar. Como bailo de maravilla, no sólo huayno, también
salsa y rock, la condenada gozaba cuando la hacía girar como trompo. Al
final, la gringa quedó convencida de que este encuentro era mágico y por
efecto de la conversación y la cerveza, afirmaba ser la reencarnación de
una valkiria que se había perdido en el tiempo. Salimos de la taberna
cuando las mesas estaban vacías y los mozos se aprestaban a limpiar el
local.
Como afuera hacía frío, la abracé y caminamos bajo los portales de la
Plaza de Armas, donde niños de rostros demacrados y soñolientos se
acercaban a ofrecernos cigarrillos o pedirnos dinero. La noche era
totalmente nuestra. Así, entre besos y abrazos deambulamos por calles
silenciosas hasta llegar al hostal en el que pernoctaríamos. En la
penumbra de la habitación y echado sobre una cama matrimonial,
empecé lentamente a desnudarla mientras la besaba y la acariciaba.
Todo marchaba a pedir de boca. Cuando me disponía a realizar el
contacto final, usted me entiende, ocurrió lo inesperado. La gringa,
abriendo desmesuradamente los ojos, se desprendió con violencia de
mis brazos y, saltando de la cama, prorrumpió a gritar y lloriquear de
una forma tan escandalosa que despertó al hostal. Como se podrá
imaginar, yo estaba aturdido y desesperado por lo que acontecía y
temiendo que la conquista se truncara, me acerqué para tranquilizarla;
pero la muy histérica, olvidándose de lo amorosa que estuvo, se me
abalanzó como una gata enloquecida, intentando desfigurarme el
rostro. Créame que nunca hago uso de la violencia y menos con mujeres
indefensas. Por eso, no pensé que al atizarle el golpe la iba a dejar
inconsciente. Cuando trataba de reanimarla y estando todavía en
cueros, llegaron ustedes y sin mediar palabra alguna arremetieron a
golpes, poniéndome de cara en la pared. Insulso fue protestar, ya que
me callaron a punta de varazos y mentadas de madre. Lo demás usted lo
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