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Créarne: no hay nada más fecundo que la ignorancia consciente de sí misma. Desde Platón hasta la fecha, los más agudos pensadores no han encontrado mejor definición de la ciencia que el titulo antepuesto por el gran Cusano a uno de sus libros: De docta ignorantia. La ciencia es, ante todo y sobre lodo, un docto ignorar. Por la sencilla razón de que las soluciones, el saber que se sabe, son en todos sentidos algo secundario con respecto a los problemas. Si no se tiene la clara noción de los problemas, mal se puede proceder a resolverlos. Además, por muy seguras que sean las soluciones, su seguridad depende de la seguridad de los problemas. Ahora bien: darse cuenta de un problema es advertir ante nosotros la existencia concreta de algo que no sabemos lo que es; por tanto, es un saber que no sabemos. Quien no sienta voluptuosamente esta delicia socrática de la concreta ignorancia, esa herida, ese hueco que hace el problema en nosotros, es inepto para el ejercicio intelectual. 15 En El Espectador, Revista de Occidente, p. 471.

CONCLUSIÓN

Nos hemos referido aquí, esencialmente, al profesor, al profesor en su clase, a] profesor dando su clase. El rigor y el sentimiento en la cátedra no es de los alumnos, es del maestro. Pero tal vez esta referencia Única parezca mutilar el tema, quizás se le vea como un estudio cercenado.

No lo estimo así. Para quienes creemos, sin arrogancias ni egocentrismos, que la figura central del proceso de enseñanza-aprendizaje es el maestro, un estudio sobre el tema no fragmenta, ni recorta nada, Pero no estamos solos; don Luis González Obregón y el propio Justo Sierra consideraron que “la vida de toda enseñanza está en la palabra del profesor”16. De ser esto así, mi ensayo sólo ha querido mostrar algunos caminos para perfeccionar esa palabra. 16 En Gabriel Ferrer de Mendiola, El maestro Justo Sierra, Biblioteca Enciclopédica Popular, SEP, 1944,

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