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EL ESTUDIO CONSTANTE

La vocación para la cátedra no se cumple sólo con enfrentarse a un grupo de estudiantes, ni con ser un profesor cumplido, correcto, ordenado, sin inasistencias. Aunque esto sea meritorio, como lo es, no resulta suficiente. Repetir año con año las mismas lecciones, con los mismos términos, con circunspección y elocuencia, no basta. Se trata de recrearlo todo y hacer aparecer aun ante sí mismo, como nuevos, los asuntos añejos.

Las doctrinas del pasado son siempre iguales, pero reproducirlas, sin recrearlas cada vez, genera incomodidades y hastío. Convierte, además, al profesor en una máquina repetidora.

El maestro Guillermo Héctor Rodríguez ponía como subtítulo a su cátedra de Teoría del Conocimiento: “Conocer es crear, no reproducir”, subtítulo que, aun cuando cargaba fuerte dosis neokantiana, se podía usar para la enseñanza en general. El mismo maestro Rodríguez señalaba que: “Enseñar es enseñar a crear, no a repetir”, y podría añadirse que la enseñanza concretizada, es decir, la lección expuesta en el aula no es, no debiera ser, una repetición cotidiana. El profesor que se esfuerza en dictar cada clase de diferente manera, aun en diferentes grupos en el mismo día, ejercita su pensamiento y lo externa siempre joven. Este ejercicio, además, lo aleja del tedio. Si en la sociedad capitalista todo se vuelve fastidioso, sobre todo el trabajo manual, por repetitivo y monótono, el maestro tiene en sus manos (o en su cerebro) la posibilidad de salvarse.

Para que esto suceda con los mejores frutos, no sólo para el maestro, también y especialmente pan los estudiantes, que a fin de cuentas son ellos los receptores de la lección, aquél deberá estudiar constantemente y actualizarse. Si no lo hiciera, su ejercicio cotidiano lo transformaría, quizás, sólo a sí mismo, no a los alumnos, aunque su mutación fuera sólo de maestro mediocre a un gran conversador superficial, que “sabe mucho” de aquello que ha repetido en años.

Y aquel maestro cuya sola aparente virtud es la de no tener inasistencias, sin impartir nunca, ni recibir, un cursillo distinto a los que da, sin dictar una sola conferencia en el año, ni participar en comisiones académicas o discutir con los colegas sobre los asuntos docentes y laborales, etc., a quien sólo se le ve cotidianamente pasar rumbo al salón de clases, ese maestro que, si fuéramos unidimensionales, sería el mejor de todos, ese maestro ¿qué calidad de clase impartirá?, ¿quién podrá evaluarlo, aparte de sus alumnos, si ningún otro ha oído siquiera su voz y no existe un solo articulo publicado para entrever sus posibles calidades?

El estudio constante actualiza al profesor, pero también lo hacen otras tareas anexas. El Dr. Fernando Salmerón, ex-director del Instituto de Investigaciones Filosóficas, me decía, cuando trabajé en ese centro que, para actualizarse, no había casi manera más efectiva y placentera que charlar con los investigadores más jóvenes y con los becarios, pues tenían

frescos sus conocimientos. Además, por su juventud, no eran dogmáticos y se podía discutir con ellos ampliamente. Esto mismo debiera hacerse en las escuelas, donde no hay investigadores, sino sólo personal docente. Infortunadamente, en las salas de profesores, maestros y maestras mayores se dedican a otros menesteres,