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Al amor se le confunde con la pura sensorialidad y a la amistad con la simple coexistencia laboral de dos colegas en su trabajo, o lúdica, de dos jugadores, y hasta ilícita, de dos malandrines, etc.
Hans Kelsen explica la deformación sufrida por nociones como “Pueblo”, aplicable a “Patria”, “Estado”, y otras, producida por ideales e ideologías diferentes. Para un demócrata el “pucblo” es seguramente todos y cada uno de los componentes de la masa de volantes; para un socialista-marxista “pueblo” es el pueblo-trabajador, y para un nazifascista, “pueblo” no es más que una Idea, la idea que Hitler tenía, sin ninguna realidad como referente, pues a los hombres concretos de todos los grupos y clases sociales les decía que el “Pueblo” o la “Patria” estaban por encima de todos11.
No hace mucho, en una breve discusión con un empleado de la dirección auxiliar de mi plantel, dije, casi molesto: “ ¡Profesor!: es que yo amo a mi escuela”, a lo que el burócrata respondió de inmediato: “Maestro, es que todos la amamos”, con un tono tal, como si yo hubiera expresado 10 Gregorio Marañon, Vocación y Ética y otros ensayos. Espasa-Calpe, Col. Austral, Madrid, p. 19.
11 Ver el vigente estudio de Hans Kelsen, Esencia y valor de la democracia, Trad. de Luis Legaz y Lacaoibra y otro. Editorial Labor, SA,, Barcelona-Buenos Aires. Biblioteca de Iniciación Cultural, varias ediciones.
algo cierto por necesidad, o una obviedad colectiva irrebatible. Naturalmente que no esperó mucho mi réplica. Esta fue en el sentido de que el amor a una institución se demuestra con hechos positivos, con el cumplimiento del deber y con la alegría de cumplirlo. El empleado sí que repetía una frase hecha, no yo, y se vio obligado a callar, aunque no sé si ante mi vehemencia innata o ante lo irrefutable del argumento, pues ciertamente “todos” creen que ese amor es algo puramente subjetivo, aunque los hechos manifiesten lo contrario: todos aman a su escuela, aunque no hagan nada por ella y la maltraten. Así la vocación. Encubre a los falsarios y a los hipócritas. Si no hay gusto en hacer lo que se hace, si no hay placer en el desempeño de la ocupación que se tiene, si lo que se hace se realiza mecánicamente y con aburrimiento o simplemente con el deseo escondido de que la jornada concluya cuanto antes, entonces no hay vocación verdadera; hay quizás una inercia de la vida activa, que nos empuje sin sentirlo
hay tal vez automatismo condescendiente. El hombre con vocación no tiene horario, ni días de fiesta, ni vacaciones “reales”. No tiene nada de eso, aunque lo tenga en el sentido oficial de aquellos términos, pues se regodea con su trabajo en cualquier sitio y en cualesquiera circunstancias de lugar y de tiempo. Hace lo que le gusta y con lo que le gusta va y problematiza, en el mar, en un pueblecito, en el campo, con su esposa, sus hijos o sus amigos, sin olvidar y disfrutar la belleza del campo y del mar. Hay que complacerse en todo, pues como dijera Voltaire: “El que sólo es sabio lleva una vida triste”.