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La crítica social y la universitaria, así como la vida privada, tienen otros momentos y otros espacios y casi nunca los espacios y momentos de la cátedra.

Recuerdo a un profesor de Geografía en la Preparatoria que invariablemente hablaba de sí mismo, más que de su materia, en el aula. A quienes no interesaba la clase, ni el estudio, les parecía bien que lo hiciera, pues funcionaba como estar fuera del salón, escuchando a un viejo que cuenta cosas; a los demás, nos fastidiaba, pues sentíamos como una pérdida de nuestro tiempo los relatos que no sólo carecían de afinidad con los temas a tratar, tampoco resellaban proezas culturales, anécdotas de juventud durante el disfrute de una beca en el extranjero, hechos sucedidos en un congreso, o cosas parecidas, propias de la vida cultural y universitaria. Nada de eso. El profesor se refería a su cotidianidad doméstica, con su mujer y sus hijos. Esto no puede ser y es. Y yo no puedo olvidarlo, de la misma manera que no se olvida a un gran maestro. En sus Cartas Literarias9 Juan Ramón Jiménez dice así: “No conozco caso de vanagloria como el de J.G. Amigos míos, que lo han oído en sus cátedras universitarias, desde la de la Universidad de Santander hasta las últimas de Estados Unidos, me cuentan que -hay que oírlo hablar de sí mismo’. Esto lo escribe Juan Ramón el 23 de enero de 1954, desde la Universidad de Puerto Rico, y lo escribe nada menos que del gran poeta Jorge Guillén (J.G.), y si Guillén mereció la reconvención de Juan Ramón, un mal profesor de geografía por supuesto que también la merece, aunque sea por quien aquí escribe. 9 Juan Ramón Jiménez, Cartas Literarias, Ed. Bruguera, la cd., Barcelona, Espafia,

1977, p. 332.

LA VOCACIÓN

No hay buen maestro sin vocación. No puede imprimirse rigor ni sentimiento a la cátedra sin ese reclamo que llamamos vocación, sin ese gusto, sin ese cariño, sin esa disposición por la cual encontramos placer en lo que hacemos.

Don Gregorio Marañón, clásico en estos y otros asuntos, dice: “Qué es vocación? Es, en su etimología y en su real y vulgar acepción, la voz, voz interior, que nos llama hacia la profesión y ejercicio de una determinada actividad. Todos sabemos que esto es la vocación y, a diario, empleamos con absoluto acierto y propiedad la palabra”. Y en seguida añade: “Pero si meditamos sobre su exacto contenido en cada caso, veremos que pocas veces encubrimos con el nombre de ‘vocación’ la misma cosa; y que, por el contrario, es el vocablo ilustre, pabellón que cubre y dignifica a mercancías de muy diferente dignidad”10.

Dicho ‘vocablo lustre’, en efecto es, a veces, encubridor, como lo son “amor”, “libertad”, “patria”, “amistad”, y muchos otros, también ilustres. Recuérdese lo que decía Madame Roland: “ ¡Oh, libertad!, ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”, palabras cuyas resonancias aún no se extinguen. Y así sucede con todos aquellos términos de alto linaje, desvirtuados hasta en la conversación cotidiana.